viernes, 3 de julio de 2020

¿Por qué Guerrero?

Como el desposeído que era me agarré a la Suave patria para acuchillarla luego, nietos. Por azar sus extremos se encuentran en donde inicia este cuaderno:
A pie por el camino mi compadre Agustín y yo no nos cansamos de dar gracias a la fragancia de la hierba alta, jugosa, en la que pareciera no caber un tallo más, y a sus verdes suaves por el sol, siempre padre y aquí en un papel distinto a los muchos que decidió y no hacer en nuestro gigantón urbano. Padre sol y madre tierra, sabemos ahora, envueltos por ella y su prodigalidad. ¿O los géneros deben intercambiarse entre ellos, pienso recordando una milenaria leyenda de las naciones muy al norte de estos lugares, donde la luna, por ejemplo, era la tea de un celoso amante?
Deberíamos preguntar a los campesinos y campesinas que rinden el diario culto a las prodigiosas matas alrededor, divinos regalos entregados casi cinco siglos atrás a sus conquistadores, y se nos hurtan a la mirada por sus ocupaciones o deliberadamente, como el pueblo sombra que se me descubrió una mañana en una colonia de posesionarios y luego gracias al abuelo.
Todo enamora a nuestros ojos de ciudad: el contraste entre la vegetación y el rabiar azul del cielo, la franja arcillosa que serpentea frente a nosotros, el apenas perceptible reptar o trepar de pequeñísimos seres y esa terca soledad aparente que a lo repentino se viene abajo.
“-¡Bájense todos, hijos de la chingada!" –grita a los ochenta hombres en un camión de redilas “un señor grandote” que carga “un radio” -Bótense al suelo porque se van a morir.”
Ya está: el compadre y yo llegamos al momento que nos trajo hasta aquí en la manifestación material a través de la que la Corte de Medianoche asiste a los viajes convenidos.
Ahora, nietos, ustedes se suman a la aventura que en la infancia guía el canto de Felicitas, a quien sin eufemismos llamo nuestra sirvienta
Casi medio siglo me tomó acercarme al misterio que intuía también en los viajes al puerto de mar donde papá nos llevaba. La carretera corría sobre el mero paisaje en el cual la Red de Agujeros convirtió a estas tierras de densa, milenaria historia, por los que yo buscaba ansiosamente con los ojos, gracias a propia Felicitas y sus iguales a cientos de miles; a la señora de los tamales en la esquina y la avalancha de albañiles, jardineros, trabajadores de las fábricas en torno nuestro. Buscaba sin sentido, pues la ruta aquélla se trazó sin hacer caso más que a las caravanas en pos de los productos traídos de fantásticos lugares al costado contrario del océano.
Tanto el misterio oculto a la carretera, que no lo develo bien a bien sino ahora, con mi compadre, en el vado donde un camino interior tuerce.
Aguas Blancas se llama en paraje adonde llegamos y no habría razón para la presencia de tal número policías apostados entre la maleza y tras sus camionetas, de no ser el castigo ejemplar que se aplica a miembros de la Organización Campesina del Sur.
“-Nos espantamos, pero yo no creía que nos iban a matar -–contará luego uno de ellos. Y otros:
“-Sentí que nos estaban cazando....
“-...me tiré al suelo... Oía los quejidos de las personas que estaban matando...
“-Me sentí mal al ver como nos habían trozado aquí de la cintura al compañero.
“-Cuando estaba ahí debajo del camión, pues yo sentía algo caliente que me caía aquí arriba, así, pero yo no creía de que fuera sangre. Y cuando ya nos sacaron de ahí ya vi que había muchos más regados así, alrededor del camión y adentro también.” (1)
Las con justicia llamadas fuerzas del orden dan el tiro de gracia a los diecisiete caídos, y la cámara de video que llevan corta mientras recomponen el escenario: los machetes de los campesinos asesinados se retiran para colocar rifles y pistolas en sus manos o cerca de ellas.

CAMBIO-
Cuando empecé este cuaderno, personalmente conocía casi solo de paso Guerrero, el estado que escogí para contar, y su historia tampoco la dominaba ni mucho menos.
Me habían conducido los amigos que a ratos trabajaban con organizaciones sociales de la Costa Grande y la Montaña, El Charco como masacre, Ana, cuya muerte se produjo allí, un libro sobre Digna Ochoa y otros dos en torno a grandes eventos del siglo XIX, todos hechos a velocidad y por encargo.
Tal vez tomé la decisión gracias a una entrevista inédita a Carlos Montemayor y su crónica novelada, La guerra del paraíso. Decía en aquélla:
-El abatimiento de los grupos armados de Lucio Cabañas, en 1974, no produjo una modernización o una integración de estas zonas marginadas con la economía regional o nacional. Por el contrario, después de agravar la persecución y liquidación de remanentes guerrilleros, no hubo proyectos carreteros, infraestructura de comunicaciones, de servicios de salud, de educación, de comercio, y se aumentó la marginación (...)
"Con la marginación vino la producción de estupefacientes y por supuesto el fortalecimiento de las cúpulas que hacen difícil descifrar cuál es la red de poder, impunidad o presión que se da...
"-¿Estamos hablando de un fenómeno de colombianización de Guerrero?

-No, todo lo contrario. La colombianización ocurre primero porque no había un gobierno central eficiente ni aceptado en Colombia. Segundo, porque hay un dominio territorial total de las guerrillas. Tercero, porque es imposible para fuerzas policiacas y militares oponerse tanto a los grupos guerrilleros como a los clubes de delincuentes armados que constituyen las fuerzas paramilitares colombianas.

“Esto no ocurre en México ni hay manera de establecer paralelos con Colombia. Lo que estamos es ante el caso típico que debemos llamar estado de Guerrero.
La entrevista se realizó en 2002, cuando el resto del país parecía lejano a tales condiciones, si bien se tenían ya claros signos sobre cómo aquél evolucionaba rapidamente hacia lo mismo. 
Había una paradoja que se diría extraordinaria, pues: el abadono histórico servía de caldo de cultivo al sistema para imponer la informalidad en todos los ámbitos.
Luego iría y vendría por esos rumbos enamorándome de su gente, penetrándolos merced a ella y solo muy poco directamente. Aprendería así cuán compleja es la historia prehispánica y colonial "guerrerense", sin entenderla sino apenas.
Tomé una buena decisión, entonces: México resultaría siempre incógnita, por mucho que escarbara en él. 
La red de agujeros, ya se ve, no era mera frase tomada en préstamo.
-0-
Este que terminará por ser un cuadernillo, intercambia viñetas con Para morir iguales y La casa del horror y se pregunta cómo ha de continuar y ordenarse. 
Tal vez el siguiente capítulo debería abrirle espacio a lo que alguna vez pensé convertir en crónica novelada. Permítanme explicarles narrativamente. 

Una novela fantástica española describe hombres y mujeres que vencen la muerte para dominar el mundo eternamente y anima a asomarse a los oscuros personajes cuya guía es imprescindible para Agustín de Iturbide entre 1820 y 1821, volteando luego a quienes en 2014 dirigen esa monstruosidad llamada México. 

Lo primero en atraparme son los aromas a maderas, inciensos, velas, y un perfume que de la más exquisita fragancia pasa a la carne en desperdicio. Rastrearlos sería ardua tarea que conduciría por siglos o milenios alrededor del planeta.

Me siento tan pequeño en este templo de la Profesa donde imagino al de 1820. Hay tal derroche para convencer a los fieles de la existencia de Dios, del poder de la Iglesia y el origen sobrenatural de las familias de bien.

Ni idea puedo hacerme de Matías de Monteagudo cuando era niño. Esa nariz a lo Cirano, que en su caso no para de buscar el suelo; esos hombros excepcionalmente escuálidos y ese vientre cuyo bulto por ello sorprende; esas manos de suavidad que envidiaría una vestal sino fuera por cuanto las pudre la íntima muerte, podrían venirle de herencia pues en casa hubo un obispo, y estoy convencido sin embargo de que se los labró a pulso.

¿Sí? En realidad ni idea tengo de la apariencia o la vida íntima del inquisidor de la Nueva España, fuera de los retratos por pedido y unos cuantos, vagos informes. Es una lástima pues en ello se descubriría mucho de la personalidad política del tipo, y así recurriré a la novela contemporánea para que me dé siquiera indicios.
Iturbide comienza en Guerrero su carrera para volverse fugaz emperador mexicano y nos lleva directamente a lo siguiente:
El punto sobre la Costa Grande donde la masacre, Aguas Blancas, está cerca de Atoyac, ¿observan?, e Iguala, que ubicamos por los nomalistas desaparecidos y muertos, se sitúa hacia el noroeste. Ahora la fecha es febrero de
Prometo encontrar algo mejor, jeje.
1821 y por razones que explicaré después y ustedes conocen por los libros de texto, echamos exactos tres años atrás 
al norte cercano en el mapa y no tanto en la realidad, pues para llegar allí debe remontarse una cresta serrana: Taxco, rica, también pequeña ciudad sobre el escalón rumbo al gran altiplano. 
Doscientos hombres organizados en guerrillas fortifican un cerro que domina el lugar. Llevan una década en armas y entre ellos no hay indígenas y tampoco descendientes de los esclavos que llegaron del África negra y tienden a concentrarse en la Costa Chica, al oriente, donde el litoral se endereza, por decirlo así.
Dirige las acciones un hombre a quien respeto, que ustedes conocen por los libros escolares: Vicente Guerrero. Del respeto al culto hay un abismo. Sobre todo cuando se escarba un poco en sus iguales. Un amigo dibuja a las tropas de éstos desde 1810: "africanos, naturales y mestizos que a una orden del patriótico amo transitan de la condición de mano de obra a la de carne de cañón. Los negros y pintos de Galeana acompañan a Tata Gildo a la batalla como antes lo seguían a la pizca y a la zafra. Los ejércitos insurgentes reclutados en esta región no son, pues, voluntarios sino forzados; acasillados que pelean en guerra ajena como de ordinario trabajan por cuenta del patrón en tierras que no les pertenecen."(2) 
¿A su favor hablan las continuas revueltas comunitarias que estallarán en unos años, en especial hacia La Montaña, al extremo oriente, hogar nativo de los me’e phaa? ¿Cuánto participan éstos en las acciones que nos traen a 1818? ¿Y cuánto los naa savi, pobladores también de esa área y de otras dentro y fuera en el mapa, con sus muchas variedades dialectales, y los nahuas repartidos aquí y allá, y los amuzgos, dominantes en el sureste? ¿Hasta qué grado se han amestizado como conjunto, con la negritud, por ejemplo, concentrada en la Costa Chica, donde el litoral tuerce,
observan?
Otros amigos lo contradicen: quienes van con Morelos y Guerrero lo hacen por convicción, siguiendo al líder que encarna sus demandas. Si pudiéramos preguntarles a los actores. Hay manera, hablando con sus herederos de hoy, que conocen el pasado a través de la memoria oral, aseguran mujeres muy entendidas.
Todos tienen razón y se equivocan, digo humildemente, sin pretensiones de verdad.
¿Dónde está el libro sobre rebeliones indígenas en la colonia? ¿Y ese otro que las revisa durante los años mil ochocientos y recuerdo reconstruyé varias interrelacionadas en la Montaña? Mis estantes son un desorden e internet me saca del atolladero sin mayor problema: http://www.historicas.unam.mx/moderna/ehmc/ehmc26/311.html?  
Conozco esa etapa "nacional" más o menos bien y no termina de sorprenderme cuán ausentes están los pueblos indígenas y sus insurrecciones en ella para nuestra historiografía. Parece repetir un comentario habitual entonces: 
"Qué menguados y collones deben ser los que, para lograr su sistema favorito, se valen de la gente más idiota, como son los indios, para que los proclamen, y qué inmorales son los mismos, pues también se valen de los facinerosos de nombradía con el mismo objeto y para que todos conduzcan con seguridad a esos hombres incautos por el camino de todos los crímenes. Por ello no tiene pronto remedio por ahora: los señores atizadores de la anarquía han provocado nueva guerra en pro de su maldito sistema, que si llegara a restablecerse sería para que la república terminase en su último abismo, que es lo que desean los norteamericanos." 
El Mosquito Mexicano, 26 de mayo de 1846. Es decir, durante plena intervención estadounidense.
¿Las comunidades no tienen patria? Claro. Por lo general, la suya originaria y nada más. ¿Qué esperaba ese diez o quince por ciento que se ostenta como mexicano? Perdón, los traigo de aquí para allá en espacio y tiempo me refiero a historias todavía ocultas a ustedes. 
En fin, volvamos a Monteagudo y su indirecto y muy contundente nexo con Guerrero como región, aunque ésta todavía no se llamara así ni constituyera una entidad propia; Sur, le decían englobándola con zonas próximas.
Iturbide se acerca a Iguala desde la ciudad de México, donde Monteagudo y sus amigos le dieron una encomienda. Va para combatir la resistencia independentista dirigida por Vicente Guerrero, y como casualmente cumple una segunda encomienda: proteger recuas de mulas donde se llevan reales, moneda oficial contemporánea, en enormes cantidades, para comprar los riquísimos productos traídos año tras año por la Nao de China. 
Sus dueños no tenían intención alguna de arriesgar tan cuantiosos capitales hasta que uno, Juan José Espinosa de los Monteros, los convence apoyado sin duda por don Matías, a quien tiene como guía espiritual y político. 
Sin duda, matizo, pues La conspiración de La Profesa se guardará muy mucho en conservar documento alguno sobre sus juntas y decisiones. 
Me dentengo para trasladarnos a ese espléndido templo cuando en 2012 un famoso cómico de Televisa celebra allí su boda, que hará época.  
Asiste a ella cuanta familia mexicana se precie de su riqueza. Monteagudo los vela, como si por dos siglos hubiera heredado el secreto que emplea al dar órdenes a Iturbide y Espinosa.