Es
el sábado 18 de octubre de 1960 sobre la calle de 16 de septiembre, al fondo de
la cual se abre el Zócalo de la ciudad de México. Como se observa en la mezcla
de fotografías que acompaña esta página, los autos van y vienen en lo que a
todos parece un río caudaloso y apenas empieza a serlo. Va el río pero deja
huecos que no ahogan la plática de los vecinos en los portales, ni impide a los
peatones cruzar por donde se les antoja, imitando a los toreros, ni que los
chamacos sigan dándose el lujo de retarlos con sus juegos.
Por
un aparato de radio a todo volumen se escucha la última versión de Sin ti, en
que el trío Los Panchos no es ya lo de antes_, y en una pared y sobre el cartel
de la película Macario_, se coloca otro cartel de las innumerables películas
que inútilmente tratan de copiar las estelarizadas años atrás por Pedro
Infante, Sara García o María Félix.
Desde
luego lo que aquí sucede, igual que lo que aparece en nuestras fotografías, no
refleja la vida de otras ciudades, y menos aún la de la variedad de campos
mexicanos, cuyos habitantes representan cada vez menos en términos
proporcionales y sin embargo constituyen todavía cerca de la mitad de los del
país.
La
actividad una cuadra más allá, donde como hace siglos se instalan las mejores
tiendas_, advierte que estamos en una urbe cuyo crecimiento no tiene
comparación en la historia, fuera de media docena de casos_. De hecho, la
población de México entero aumentó a una velocidad prodigiosa, y está en continuo
movimiento, de un lado a otro, en especial desde ese mundo rural que hasta hace
poco siempre fue mayoría y en el cual descansa el prodigioso desarrollo
iniciado a comienzos de los años 1940, que la familia revolucionaria presume
como el milagro mexicano.
Los
dos centenares de personas que a solas o en grupo avanzan por 16 de Septiembre,
se dirigen al despacho 403 del número 71, para culminar lo que iniciaron ayer:
la fundación de un Frente Auténtico del Trabajo.
La absoluta mayoría de quienes frente a ellos
se preparan a firmar el nacimiento de la nueva organización, participará muy
poco en la verdadera construcción de ésta. Los que asuman la tarea serán unos
cuantos de ellos, otros que aguardan en sus lugares el resultado de la reunión,
y un buen número que no sabe nada de lo que hoy sucede.
(…)
El
segundo de nuestros personajes es uno de los contados que asistirá a la
asamblea fundacional del FAT para permanecer en la organización. Se llama
Cirilo Ortiz y nació en Tampico, Tamaulipas, donde su padre, que cursó dos años
de estudios, se ocupaba en empleos secundarios de la industria y que con la
madre, analfabeta, procreó diez hijos.
Cirilo
completó allí la escuela primaria, antes de que todos se trasladaran al
Distrito Federal, para encontrar cobijo en el hogar de un tío, en la colonia
Doctores. El padre se hizo vigilante de una fábrica, y trabó amistad con otro
que cuidaba de una pequeña planta de jeringas. A ella entró nuestro compañero
con su hermano mayor, tan pronto pudo o hubo necesidad, cobrando como los
demás: a destajo.
Un
conflicto con el patrón lo saca del lugar, y ayudándose con el raquítico sueldo
que le paga un tortero, estudia una carrera corta de comercio, resuelve que la
oficina no es lo suyo y sí de nuevo la fábrica, esta vez, de etiquetas.
Para
entonces uno de los muchos futuros trabajadores que participara en las luchas
del FAT, Fidel Campero, había salido de una ranchería de Zacatecas, en el que
su padre tenía cuatrocientas cabras. A él no le gustaba cuidarlas y resolvió
hacer lo que otros en la región: irse de bracero.
Volvió
al pueblo y se marchó de nuevo de mojado a diversas partes, regresando en cada
ocasión. La última se encontró con que varios de sus amigos y conocidos habían
tomado rumbo a las fábricas de un municipio conurbado de la ciudad de México, y
los alcanzó. Allí trabajaría primero en las afueras de una planta, descargando
furgones del ferrocarril, y luego dentro, de barrendero, con contratos de
veintiocho días, y al fin como ayudante y luego encargado de los molinos de un
departamento.
En
cambio Domingo Mazcorro, el futuro creador del Frente Obrero, Campesino y
Popular (FOCEP) de Gómez Palacio, nace allí, en una ciudad, pequeña en la
época. Su padre vendé pájaros en los mercados y a los 16 años él se mete a un
taller de reparaciones. Es ayudante de electricista y video técnico, aprende
muy rápido y cambia una y otra vez de compañía, como electricista de primera y
después como electricista especial.
Falta
todavía casi una década para que se marche a la ciudad de Chihuahua, en busca
de mejores oportunidades, y se incorpore a los 1,200 trabajadores de planta,
los cerca de 400 empleados de confianza y los aproximados 200 eventuales de
Aceros de Chihuahua.
Mientras,
en Yautepec. Morelos, se ha hecho hombre Sabás Rendón García. Su padre, un
cortador de fruta “al servicio de los terratenientes”, es oriundo de Tepoztlán,
un poblado próximo, y poco después del nacimiento del quinto hijo vivo, se
separó de la esposa. Ella, de la también cercana población de Tlanepantla, se
hizo cargo de los hijos vendiendo “fritangas comunes en la dieta de los
pobres”_.
La
mujer se esforzaba en dejar a sus muchachos “la mejor herencia” que se podía,
“una carrera, aunque fuera corta”, pero en cuanto él terminó la primaria, y
siguiendo los pasos de dos de sus hermanos, se hizo tractorista para un ingenio
azucarero de la zona. Luego fue piscador de algodón, de cebolla y cacahuate, y
jornalero en el cultivo de la caña.
En
estos años en los cuales anda nuestra historia, pasa a la albañilería y luego a
las tareas de machetero y panadero, todo en las proximidades de Yautepec. El
mayor de los hermanos le insistirá en que siga estudiando, siquiera por
correspondencia, y tomará un curso y se marchará a Cuernavaca, de modo de
entrar al departamento de tránsito. Cuando se canse de la corrupción y las
arbitrariedades de la dependencia, es que encontrará el empleo más importante
de su vida: en Nissan Mexicana, una trasnacional productora de autos.
El
quinto testimonio, lo incluimos para mostrar los extremos de sacrificio a los
que llega el pueblo de la época transformado en obrero. Es de quién por estas
épocas está en la niñez y con la familia debe trasladarse de los bosques
cercanos a Uruapan, Michoacán, a uno municipios que, alrededor de la ciudad de
México, se industrializa a marchas forzadas.
Su
padre pierde el trabajo en una de las empresas punta en la producción de
electrodomésticos, y se vuelve albañil. El hombre sufre un accidente que lo
incapacita por un año, al tiempo que se marcha la fábrica donde presta sus
servicios el hermano grande, y cuando a los doce años él entra a la secundaria,
debe volverse el sostén momentáneo del hogar.
“Me
puse a trabajar: en una tortillería –cuenta-, dando grasa a los zapatos y
vendiendo chicles en los camiones. Y juntaba quince, veinte pesos, que era casi
el salario mínimo. Además había tiraderos de las plantas y me iba a juntar
fierros para vender a los depósitos… Ahí fue donde hice la reflexión más
importante de mi vida: Si no dejas que el hambre te doble, nadie ni nada te va
a doblar nunca.” Saliendo de la secundaria entrará a la misma planta en la cual
se había empleado su progenitor.
La
sexta y última historia personal se relaciona con la anterior, e indica el
hondo desconcierto de los pequeños que acompañan a sus mayores. Es de Antonio
Velázquez, uno de los cuadros más entregados al FAT hasta su muerte:
“En
1946 mi padre emigró a la ciudad de México, para trabajar como zapatero,
aprovechando que se requerían estos obreros en el D. F. Las familias de León habitaron en el barrio
de Tepito y la colonia Morelos. Cuando
mi padre nos trajo a mi madre y mis hermanos a la ciudad de México, nos instalamos en una vecindad
ubicada en la 4ª.de Panaderos 90 interior 3, una habitación de 5X4, baños
comunes y como lugar de juegos, la calle.
“Durante
ocho años aproximadamente radicamos en el D. F., mis abuelos paternos que
vivían en León insistieron con mis padres que nos regresáramos aquella ciudad,
o nos “perderíamos en el ambiente de la ciudad de México. Mi hermano Armando dos años menor que yo que
tenía 9 años, éramos parte de la “palomilla” de la 4ª calle de Panaderos, con
muchachos de los 9 hasta los 30 años o más, participamos en peleas, broncas
campales, robos, asaltos, embriaguez, aprendimos a bailar danzón, mambo y
otros, asistíamos a bailes en las vecindades del barrio, lo único que nos
impedían los mayores era fumar mota, marihuana.”
En
estas vidas personales faltan las de las mujeres. No es casual, pues continúan
formando el lado oscuro de la luna. Por milenios, condenadas a las sombras,
apenas ahora empiezan a integrarse a las actividades remuneradas en porcentajes
de relevancia.
(…)
La
cuestión de la nacionalidad parece secundaria para los propósitos de nuestro
libro y no lo es, conforme veremos.
En
1961 la diversidad del país sobrevive, y se refleja en quienes serán los
primeros en encargarse de la difícil construcción del FAT. Todos nacieron y
crecieron en el centro y el norte de la república. El sur de momento no
interviene. Es el sur de buena parte de las antiguas culturas indígenas, cada
vez más rezagado_. En las regiones que habitan los próximos militantes de la
organización, se ha concentrado el milagro.
La
heterogeneidad nacional se muestra también en la muy distinta composición y
comportamiento de los patrones, según estados o zonas. Una cosa es, por
ejemplo, el empresariado de la capital de la república, dominado por los
grandes capitales nacionales y extranjeros, expuesto a múltiples influencias y
con vínculos inmediatos con el gobierno federal y las cúpulas del
corporativismo.
Otra
muy distinta es la patronal de Monterrey, orgullosa de sus raíces locales, que
reta con frecuencia a la federación, trata de obligar al sindicalismo oficial a
ceñirse a su estilo, promueve sus propios sindicatos blancos para un mejor
control se esfuerza en aparecer ante sus trabajadoras(es) como un gran padre. Y
otra la veracruzana, con cierta tradición liberal, o la profundamente
conservadora de León, que veremos enseguida.
Hacia
León se dirige Nicolás Medina. Para seguir sus pasos no olvidemos algo de
primera importancia: la lacra del corporativismo, que la familia revolucionaria
extiende, está todavía más presente en la Iglesia, quien tiene en ello la más
larga trayectoria en el mundo. El SSM y el FAT trabajan a contracorriente de
esta historia negra de la Santa Madre, pero no pueden evitar contaminarse en
alguna medida.
Medina
no podrá liberarse del todo, en tanto opera dentro de la estructura
eclesiástica. La completa autonomía del proyecto FAT en cual participa Medina,
lo protege al menos por unos años y lo conducirán a romper todo lazo clerical
(1966). Pero tampoco no podrá evitará cargar con uno de los milenarios lastres:
la relativa concentración de la autoridad_ y un cierto autoritarismo a pesar de
sus múltiples virtudes.
León
Al
regresar a su ciudad natal, Nicolás Medina se prepara a convertirse en el
personaje de mayor relevancia en la etapa de construcción del FAT. Ha
demostrado una particular capacidad organizativa y lo acompaña otro miembro del
comité nacional, Pedro Lara. En León de inmediato se le suman tres obreros más
que resultarán también fundamentales.
AQUÍ,
LE PARAMOS