viernes, 23 de junio de 2017

Anexo: V. El cardenismo: ascenso social y coyuntura. Armando Bartra


¿Qué estaban haciendo los campesinos cuando llegó Cárdenas y les dio la tierra?
A primera vista el periodo cardenista parece la confirmación máxima de que, clausurada la etapa armada de la revolución, el agrarismo se ha hecho gobierno.
La poderosa y visionaria iniciativa política de Cárdenas, su espectacular despliegue de acciones agrarias y el excepcional apoyo popular a un presidente que es capaz de apelar al movimiento de masas han colaborado a crear la imagen del cardenismo como un agrarismo de Estado. En esta perspectiva las transformaciones rurales del periodo parecen obra de un gobierno todopoderoso, cuyo proyecto reformista radical se impone de arriba a abajo y despierta la adhesión popular.
Algo hay de eso, pero es tarea de la historia social rescatar los
movimientos populares de la época y revaluar su papel en la definición
y radicalización del proyecto agrario cardenista.

Crisis agrícola e intransigencia agraria
Es bien sabido que la crisis agrícola de los primeros años treinta condiciona decisivamente la definición de un nuevo proyecto de desarrollo
rural. Las sequías de 1929 y 1930, las inundaciones de 1932, tres años de guerra cristera que tiene como escenario el granero del país y los efectos de una revolución y un reparto agrario que han puesto en crisis a las haciendas cerealeras sin crear, como contrapartida, un campesinado pujante: todo esto se combina para provocar un desplome de la producción de granos básicos, y de 1928 a 1934 la producción
de maíz y frijol disminuye en cerca de un 30%.
Pero la crisis del 29 y la gran depresión golpean también a la producción agrícola de exportación: de 1928 a 1934 las cosechas de algodón tienen que disminuir en un 20% y también se contrae la producción de café y caña de azúcar. Finalmente el decrecimiento 80 de las exportaciones agrícolas y el derrumbe en la producción de granos básicos se combinan acelerando la crisis: las dos terceras partes de lo obtenido por las exportaciones agrícolas se tiene que destinar a la importación de alimentos.
A pesar de que para 1935 la agricultura comercial comienza a recuperarse, la crisis de los años anteriores es un llamado de atención que obliga a reconsiderar el modelo agroexportador que habían
impulsado los sonorenses.
Pero si lo anterior está ampliamente documentado, se han explorado menos los efectos sociales de la crisis agrícola. La conmoción rural de los primeros años treinta no solo se mide por sus efectos en la producción también tiene indicadores en la agudización de la lucha de clases y estos son poco conocidos.
A principios de los años treinta todos los factores se combinan para atizar el fuego del descontento campesino: Calles, el “Jefe Máximo”, se empeña en clausurar un reparto agrario que solo ha dotado a alrededor de tres mil comunidades mientras 70 mil siguen esperando, pero además el 70% de las tierras de los flamantes ejidatarios no es de labor, el ingreso obtenido en tierras propias es de 22 centavos diarios y los ejidatarios tienen que trabajar cerca de la mitad del año fuera de su parcela, mientras de 1928 a 1934 las posibilidades de trabajo a jornal disminuyen por el desplome de la agroexportación. Y si la posibilidad de empleo agrícola se reduce, también el salario se contrae: de 1927 a 1933 la capacidad adquisitiva de los jornaleros rurales disminuye en casi un 20%. A todo esto hay que agregar la presión de los desempleados provenientes de los sectores de exportación que tienen que ser absorbidos de nuevo por la economía campesina, y a los 300 mil braceros que nos devolvió la crisis del 29 y que no solo reingresan al país sino que dejan de enviar dólares. En estas condiciones es evidente que el campo es un polvorín y que los problemas de producción no son los únicos a considerar en la redefinición de la política agraria.

La presión campesina
Mucho antes de que a Cárdenas se le ocurra convocarlos, los campesinos reaccionan ante esta situación movilizándose. Ciertamente no hay estadísticas al respecto, y la historiografía sobre la época casi no registra el fenómeno, pero una somera revisión de la prensa no deja lugar a dudas.
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Las tomas de tierras son una de las formas de lucha más generalizadas, y El Machete, periódico del PCM, deja constancia de ellas. Noticias sueltas entresacadas al azar de los números publicados en 1935 nos indican que: en Tepeaca, estado de Puebla, 25 comunidades agrupadas en un Frente Único Campesino tomaron las tierras; en Tulancingo, Hidalgo, los campesinos ocuparon los latifundios de Zupitlán y Tepenacaxco; los campesinos de Labor de Rivera, en el norte de Jalisco, tomaron tierras solicitadas infructuosamente al Departamento Agrario; en Zitácuaro, Michoacán, los campesinos se apropian de un latifundio; en Nuevo León 1 400 trabajadores, miembros del Sindicato Único de Obreros Agrícolas y de la Unión de Solicitantes ocupan tierras, y así.
Los comentarios de los redactores de El Machete son también sintomáticos:
Dos millones de jefes de familia no quieren esperar otros 25 años de “revolución” para que se les entreguen sus parcelas […]. No están dispuestos a seguir esperando, tomarán la tierra a cualquier precio y no pagarán impuestos; no quieren morirse de hambre: “mejor de bala”…1
También las cómodas estadísticas sirven para constatar la presión sobre la tierra: hasta diciembre de 1934 las Comisiones Agrarias habían recibido 14 mil solicitudes de dotación, de las cuales más de la mitad estaba en trámite.
Pero no todos los campesinos sin tierra tenían el derecho formal a luchar por ella. Los peones acasillados y los jornaleros libres que se empleaban en la agricultura de plantación no podían solicitar las tierras que trabajaban; los primeros porque no constituían “Núcleo de Población” y no se les reconocían derechos agrarios, los segundos porque las plantaciones se habían declarado inafectables. Estos trabajadores sin derechos o ubicados en tierras inexpropiables no renunciaron a la lucha agraria voluntariamente.
Durante la revolución la demanda de “tierra para quien la trabaja” no había discriminado a ningún sector del campesinado, y el propio artículo 27 constitucional ofrecía a todos lo que las reglamentaciones posteriores les negaban a ellos; de modo que muchos acasillados y jornaleros de plantación demandaron las tierras. Pero los expedientes no se instauraron y pronto la represión les cerró el camino.
El nuevo régimen solo les ofreció el derecho a la organización sindical, y las centrales obreras se disputaron su reclutamiento. La CROM y la CGT primero, y la CTM después, les dieron una cobertura que no encontraban en las organizaciones agrarias, y la crisis los lanzó al combate.
Las mismas circunstancias que impulsaban a unos trabajadores del campo a luchar por la tierra provocaban en otros la movilización sindical. En La Laguna, por ejemplo, la superficie cultivada de algodón se reduce en casi un 70% entre 1926 y 1932, ocasionando la desocupación de 15 mil trabajadores. En el Valle de Mexicali el problema es semejante, pero se agrava cuando millares de braceros mexicanos son arrojados al sur de la frontera. Y así en casi todas las zonas donde las grandes cosechas concentran jornaleros: la crisis combinada de la agricultura campesina y la agroexportación se expresa en incontenibles movimientos laborales.
Algunos de estos movimientos han sido más o menos cubiertos
por la historiografía, pues tuvieron la fortuna de ser el “antecedente”
de espectaculares expropiaciones cardenistas. Tal es el caso de
las multitudinarias huelgas que conmueven a la región lagunera de
junio de 1935 a octubre de 1936, prologando el reparto agrario de
casi medio millón de hectáreas. Movimientos semejantes, aunque
menos extensos, se dan en las haciendas de Lombardía y Nueva
Italia ubicadas en la cuenca del Tepalcatepec, y también en algunas
zonas cañeras como Los Mochis en el Valle del Fuerte, Sinaloa,
Taretan en Michoacán, entre otros.
Pero la lucha de los campesinos sin tierra en tanto que jornaleros
no se reduce a los movimientos que fueron antecedente de grandes
expropiaciones, y que por ello han sido historiados. Una vez más,
la prensa de la época nos revela la existencia de un amplio y disperso
movimiento que espera ser rescatado. La revisión de dos meses de El
Machete –marzo y abril de 1934– es un mínimo indicador de la magnitud
de los combates: huelga de 200 jornaleros en Acatlán, Puebla, paros
de peones en las fincas cafetaleras de Cacahotán, Chiapas, huelga
en el ingenio El Potrero de Veracruz; y movimientos semejantes en
Compostela, Nayarit, en el Sistema de Riego No. 4 y en Camarón, los
dos en el estado de Nuevo León, en Uruapan, Michoacán, y así.
La oleada de tomas de tierra que se extiende por todo el país,
las decenas de miles de jornaleros desesperados que reclaman tra83
bajo y mejores salarios con paros como el de La Laguna que moviliza
a 20 mil huelguistas, y también el recuerdo ominoso de un
movimiento cristero cuya recurrencia solo puede ser conjurada mediante
la definitiva conquista del campesinado2 deben haber tenido
alguna influencia en el reformismo agrario cardenista.
Es indudable que el agrarismo de Cárdenas favorece la generalización
del movimiento social, pero es también obvio que el movimiento
social hace imperativo que Cárdenas se torne agrarista.
La solución cardenista
Ya lo había dicho Graciano Sánchez en la discusión del Plan Sexenal:
“La solución del problema campesino es el gran problema nacional
y para resolverlo hay que recurrir […] al fraccionamiento de
los grandes latifundios; no hay otra alternativa”.
El propio Cárdenas, que en su campaña electoral había recorrido
el país y conocía la problemática agraria de primera mano, es
explícito al señalar la relación entre la agudización de los conflictos
rurales y la necesidad de reanudar lo antes posible el reparto de
tierras. El 2 de enero de 1935, a poco más de un mes de haber tomado
posesión, Cárdenas escribe en su diario personal:
… Gabino Vázquez, jefe del Departamento Agrario, recibió instrucciones
para intensificar los trabajos para la dotación de tierras en
todo el país. El gobierno debe extinguir las llamadas haciendas agrícolas
constituyendo los ejidos, tanto para dar cumplimiento al postulado
agrario como para evitar la violencia que se registra entre hacendados
y los campesinos solicitantes de tierras.
El mismo planteamiento se reitera en notas posteriores: “La
distribución de la tierra es indispensable para desarrollar la economía
del país y además lo está exigiendo la situación violenta que
priva en el campo entre hacendados y campesinos”.3
Y Cárdenas repartió la tierra, dándole una salida agrarista no
nada más a la generalizada demanda territorial, sino también al
2 Por lo demás, en 1935 “La Segunda” estaba en su apogeo y movilizaba a 7 500 hombres
armados en seis estados de la República.
3 Lázaro Cárdenas, Obras, t. 1: Apuntes. 1913-1940, México, unam, 1972, pp. 312 y 325.
[Las cursivas son nuestras.]
V. El cardenismo: ascenso social y coyuntura
84 Los nuevos herederos de Zapata, campesinos en movimiento. 1920-2012
movimiento de los jornaleros que esgrimían reivindicaciones de carácter
laboral.
El hecho de que Cárdenas diera una solución agraria al problema
de quienes exigían trabajo y mayores salarios, ha servido
para apuntalar la idea de que la reforma agraria cardenista es
más un proyecto gubernamental que una demanda social. Nada
más apartado de la realidad. Para esclarecer esta cuestión sería
necesario revisar, caso por caso, la naturaleza de las diferentes luchas
a las que Cárdenas les dio una salida ejidal y que hasta ahora
han sido agrupadas dentro del gran saco de los “repartos agrarios
cardenistas”.
Una somera revisión de los conflictos importantes nos servirá
para desechar cualquier simplificación. Para empezar, hay muchos
casos en que el reparto agrario responde directamente a una lucha
por la tierra. Así, por ejemplo, el latifundio de la Colorado River
Land Co. de Mexicali había sido invadido por primera vez en 1923,
dando como resultado un violento desalojo; en 1930 los hermanos
Guillén dirigen otras invasiones y terminan confinados en las Islas
Marías; en 1936 Hipólito Rentería encabeza una nueva ocupación
y, aun cuando al principio también es reprimida, Cárdenas busca
una salida negociada y termina expropiando casi 100 mil hectáreas
en provecho de 3 860 ejidatarios. Otra gran expropiación que responde
directamente a una lucha por la tierra es la del Valle del
Yaqui. Después de un combate de cuatro siglos, en 1937 Cárdenas
decide resolver el problema de raíz reintegrándole a la comunidad
36 mil hectáreas bajo la forma de ejidos. Para el jefe yaqui que firma
el acuerdo no se trata de ninguna concesión: lo que pasa –dice–
es que hemos ganado la guerra.
Los casos de Lombardía y Nueva Italia, La Laguna y Los Mochis,
si responden al esquema de una lucha sindical que deriva en
reparto agrario. Sin embargo, por lo menos en el caso de La Laguna,
sería necesario explorar la prehistoria agraria de estos movimientos
sindicales; pues todo hace pensar que para los trabajadores
de la zona las demandas laborales no eran incompatibles con la
reivindicación agraria, y si se habían concentrado en la organización
sindical era porque, en las tierras de riego, la demanda agraria
había sido bloqueada a sangre y fuego.
La escasa información disponible sobre la prehistoria de la lucha
lagunera registra la formación de comités agrarios desde 1916,
en que se constituye, sin éxito, el de Tlahualilo; y para 1918 hay in85
tentos frustrados en Sta. Teresa, California, Lucero, San Lorenzo,
Concordia, etcétera. En 1922 se registran las primeras ocupaciones
de tierras, como la de La Vega del Caracol organizada por el Sindicato
Miguel Hidalgo; los invasores son encarcelados. Para 1928
había seis ejidos en la comarca y solo 12 solicitudes; los campesinos
que ambicionaban la tierra eran sin duda muchos más, pero las
compañías agrícolas tenían un sistema infalible para desalentarlos:
los poblados de solicitantes eran quemados o inundados con las
aguas de los canales de riego, y los demandantes eran anotados en
la lista negra y se les negaba el empleo.
Con la restricción de los cultivos y la desocupación, el agrarismo
es rescatado por los propios terratenientes, que temen una
explosión social; pero las tierras a las que se quiere canalizar a los
desempleados están en el desierto. En 1927 los solicitantes de la
Federación de Sindicatos de Gómez Palacio son mandados literalmente
a La Goma, pues así se llama la inhóspita hacienda periférica
con cuyas tierras se les pretende dotar. Finalmente, en 1934, el
propio Abelardo Rodríguez da una “solución” agrarista al problema
lagunero al crear dos Distritos Ejidales para algo más de mil campesinos
en tierras periféricas a la zona de riego; y con esto se declara
terminado el reparto agrio en la comarca, hasta que las huelgas
de 1935 y l936 obligan a rectificar.
Es claro, pues, que la organización sindical de la región lagunera
también impulsaba las demandas agrarias, aunque el Estado
y los terratenientes las canalizaran al desierto. Cárdenas no se inventa
una solución ejidal para un problema proletario, lo único que
hace es retirar la prohibición del reparto de tierras de riego, y con
ello el agrarismo se apropia del corazón mismo de la comarca.
En el caso de Yucatán la aparente incongruencia entre movimiento
laboral y solución agraria tiene implicaciones distintas. En la
zona henequenera la crisis de producción deriva en desempleo, hambruna
y fuertes presiones laborales. Con la coyuntura cardenista los
herederos de Carrillo Puerto –como Rogerio Chalé– y el gobernador
López Cárdenas impulsan la idea del reparto agrario; pero todo hace
pensar que el movimiento agrarista nunca llega a ser muy fuerte, y
lo cierto es que los hacendados opuestos al reparto logran movilizar
a un gran número de peones, al grado de provocar la caída del gobernador.
Hay sólidas razones para que la alternativa ejidal no cuente
con la adhesión masiva y alborozada de los peones: el henequén
está en crisis y la entrega de los planteles no resuelve el problema
V. El cardenismo: ascenso social y coyuntura
86 Los nuevos herederos de Zapata, campesinos en movimiento. 1920-2012
económico-social, con más razón cuando en la zona es difícil promover
otros cultivos. Pero además las primeras dotaciones ejidales en
colectivo, administradas por el Banco de Crédito Ejidal Banjidal),
resultan menos remunerativas para los flamantes ejidatarios que
el mísero jornal que reciben los peones en las haciendas. Con todo,
la expropiación generalizada se realiza, y es una de las más aparatosas
del país pues afecta 360 600 hectáreas y “beneficia” a 34 mil
ejidatarios. En Yucatán la solución agraria parece responder, principalmente,
a consideraciones técnico-económicas y en cualquier caso
tiene menos respaldo social que en otras regiones del país. En consecuencia,
la autogestión ejidal ni siquiera es flor de un día, como en
La Laguna, y los trabajadores pasan directamente de ser peones de
los hacendados a ser peones del banco.
Casos hay en que la expropiación que resuelve el problema
laboral resulta una maniobra perfecta para darle esquinazo a la
lucha por la tierra. Así, en la zona central de Atencingo los eternos
solicitantes del latifundio cañero azucarero conformado por Wiliam
Jenkins en la inmediata posrevolución, que habían dejado numerosos
muertos en el camino, resultan excluidos del reparto; y por arte
de magia los peones manipulados por el administrador del ingenio
se transforman en ejidatarios sin enterarse siquiera del cambio. Lo
que, por cierto, no resulta grave porque sus condiciones laborales
no se modifican en lo más mínimo.
El recuento sería interminable y cada caso “sui generis”: desde
los peones de los cafetales alemanes de Soconusco, que llegan tarde
al reparto y a los que en 1939 un cardenismo sometido a fuertes presiones
internacionales y en plena etapa de moderación les entrega
solamente cinco mil hectáreas, dejando la mayor parte de las plantaciones
y todos los “beneficios” de café en manos de los finqueros;
hasta la expropiación de la Compañía Azucarera El Mante, en Tamaulipas,
constituida a partir de un crédito del Banco de México conseguido
por el callista Aarón Sáenz y nunca pagado, cuya afectación
tiene como sentido principal golpear los intereses del “jefe Máximo”.
El precio de las reformas
La acción agraria durante el cardenismo no fue un acto voluntarista
y respondió a evidentes presiones sociales; pero sin duda revolucionó
el panorama rural del país: miles de campesinos vieron
cumplidas sus demandas y otros obtuvieron, incluso, lo que no se
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habían propuesto. Pero nada de esto fue gratuito, y en 1938, con
la fundación de la Confederación Nacional Campesina (CNC), el
Estado mexicano le pasa la cuenta al movimiento rural. La Confederación
es creada de arriba a abajo, responde a un decreto gubernamental
y es la única organización campesina que tiene reconocimiento
oficial, además de constituir el sector agrario del PNR. Pero
paradójicamente esto no impide que la CNC tenga bases, y es que
los campesinos difícilmente pueden oponerse a que el Estado los
organice corporativamente, cuando el propio Estado está llevando
a cabo una reforma rural que responde a sus principales demandas
históricas, y difunde un discurso agrarista tanto o más radical
que el sostenido por las más avanzadas organizaciones campesinas
de la década anterior. A la larga los campesinos tendrán que pagar
cara esta sumisión, pero en 1938 pocos discuten el derecho de
Cárdenas y el PNR a organizar formalmente la base campesina del
Estado reformador.
Durante más de 10 años Obregón y Calles habían fracasado
en el intento de crear una organización campesina nacional fiel al
gobierno federal. La incompatibilidad entre la reforma agraria política
de los sonorenses y el sentido de las demandas campesinas se
había expresado nítidamente en el hecho de que la más importante
organización campesina suprarregional, la LNC, nunca se había
sometido al ejecutivo y tenía como corriente hegemónica al agrarismo
rojo veracruzano. Cárdenas puede hacer el milagro, porque
al radicalizar la reforma agraria aparece como auténtico representante
de los intereses campesinos. Pero aun esto no hubiera sido
suficiente; la CNC como organización oficialista del campesinado
nace también pasando sobre el cadáver del agrarismo rojo de los
años veinte.
La CNC se constituye formalmente el año de 1938, que señala
el punto más alto de la reforma agraria cardenista, y en ese momento
es la cristalización de un movimiento social que sin duda apoya
al gobierno, pero su prehistoria es bastante tenebrosa. Los intentos
de crear una central gobiernista realmente mayoritaria se inician
en los primeros años treinta, en plena ofensiva antiagrarista del
callismo, y el primer paso es desmembrar a la LNC, que agrupa
a la mayor parte de las Ligas estatales y no reconoce al PNR. En
esta tarea todo se vale, desde el divisionismo hasta la aniquilación
física de su principal baluarte: el agrarismo rojo de Veracruz. En
1930 la LNC sufre desprendimientos, y en 1932 la base ejidal del
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88 Los nuevos herederos de Zapata, campesinos en movimiento. 1920-2012
agrarismo veracruzano se enfrenta a una arbitraria parcelación de
tierras que en 1933 deriva en la ocupación militar del Estado por
siete mil soldados federales que desarman a los “Cuerpos Sociales
de Defensa”; y en este mismo año la LNC sufre una nueva escisión
encabezada por Graciano Sánchez. En 1933 se constituye la Confederación
Campesina Mexicana con los fragmentos del cuerpo desmembrado
de la LNC y como telón de fondo las guardias blancas de
los terratenientes y las fuerzas federales del general Miguel Acosta
desarrollan una guerra de exterminio contra los agraristas rojos de
Veracruz. Cinco años después la CCM deja su lugar a la CNC, cuyo
primer secretario general es Graciano Sánchez que fuera tránsfuga
de la LNC en 1933.
De la misma manera que Carranza se había apropiado de las
banderas zapatistas para acabar con el campesinado revolucionario,
Cárdenas se apropia del programa del agrarismo radical para
acabar con las Ligas de campesinos rojos de los años veinte. Hay,
naturalmente, una diferencia de fondo: los constitucionalistas nunca
aplicaron el programa de Zapata, mientras que Cárdenas cumplió
todas las demandas del agrarismo radical, todas menos una: la
organización política independiente del campesinado. Hasta 1940
esta omisión no se notó demasiado, pero en las décadas siguientes
resulto decisiva.
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