El nuestro es un paseo, nietos, y no sé si por quijositosis, ese mal que padezco o gozo, cómo precisar, eché aquí un discurso y sobre momentos que caben y no en la Red de agujeros, país real bajo la falsa Suave patria donde dicen nacimos. Hasta hay título, miren nada más: Coyunturas. Puf.
La última vez, según recuerdo, el Sur que en otro cuaderno se nos vuelve "geografía profunda", seguía reduciéndose a las agrestes tierras por cuya costa termino mis días cumpliéndome, pues así me soñé sin entenderlo bien a bien, desde cuando niño intentaba descifrar los cantos de Felícitas.
En fin, si yo quería esto y aquello, sale sobrando ahora y casi siempre entre viajes que ordenó la Corte de medianoche -disculpen el desvío: nos reubico-. En ellos somos pasado y también presente que hoy promete explotar o empezó ya, más de un año atrás, para culminar en lo que no puede preverse, si bien tenemos algunas ideas al respecto, ¿no?
En lo que va del año, por estos lugares se produjeron mil novecientos "homicidios dolosos", según llaman a los vinculados a mafias o empresas criminales, es igual. Así seguro superarán al peor momento antes, no hace mucho -uy, ahora parece que andamos en La casa del horror, el último cuaderno de nuestra serie, tentándome a recordar 2002 y por ahí, cuando murió Digna Ochoa y defensores de derechos humanos que todavía viven por aquí y Carlos Montemayor, el gran escritor, etcétera.
Mi compadre Agustín no puede aparecer ahora, como en el resto del paseo, y voy solo a la pequeña ciudad que vio nacer al cabrón dibujado como héroe, cuya apellido le dieron: de Álvarez. Llego en cuerpo y alma y no en la fantasmal forma acostumbrada, y pregunto por el vado donde empezamos: Aguas Blancas. Cien kilómetros al sur está la ranchería que también de cuerpo presente visité tras una masacre que a su modo continuaba esa del vado.
Ahora no soy un extraño a secas, sino el recién llegado para quedarse, y los asesinatos, secuestros, fosas comunes que infestan las regiónes próximas, se atenuán, si bien aquí al lado, por Coyuca -vean el mapa que pusimos casi al comenzar, para ubicarse-, andan muy mal.
Me trajeron Marquitos y Porfirio, quienes viven en el puerto de la muerte.
LO QUE CONTINUA HAY QUE REHACERLO, E Y S.
México entra en su coyuntura quizá más
importante en décadas, escribo para un diagnóstico, y no sé cómo se relaciona eso con la investigación que hago sobre el cardenismo.
Nuestro presente recuerda los fines del porfiriato por la desesperación ante las clases en el poder, cuyo despotismo exhacerbado coincide con su absoluta incapacidad para detenerse a sí mismos. O lo supera, contemplando los niveles de corrupción, relación con el crimen organizado, asesinatos, desparaciones forzadas, feminicios, descaro discursivo.
Vivir la única etapa de Estado benefactor me hizo creer que el capitalismo no volvería a las brutales etapas anteriores, cuando planteariamente atravesábamos una tan abusiva como cualquiera: Vietnam, operación Condor, cuñas para destruir el Medio Oriente, guerra armamentista sin precedentes, alcanzado más allá de la tierra.
Cuando el neoliberalismo se expandió vinieron viejas remembranzas coloniales y algo quizá peor. Cierto, nada superaría jamás lo hecho en América y el África negra de 1492 a los años mil setencientos, e ingleses y franceses acometiendo Asía poco después y las Guerras Mundiales con el fascismo al frente eran barbarie pura, y si eso apenas podían meterse en la cabeza, Bosnia, Somalia, Irak, un nuevo régimen laboral acabando conquistas hechas durante siglo y medio, el planeta yéndose literalmente a la mierda, anunciaban sin más el apocalipsis.
Contemplar el cardenismo devuelve a un periodo más laxo, se diría, que en apariencia no dejó mensajes para hoy. Desde luego uno está dispuesto a forzar la memoria, cuadrándolo todo. Entonces pienso en el gran suceso al cual me acerqué durante los tres años pasados, como representación inigualable de resistencia: el magisterial-popular y sus cuatro y media virtuales APPOs.
Cuando en 2012 un historiador que nuestros talleres invitaron, enfebrecido por los jóvenes del Yosoy132 y animando su afán para encontrar virtudes solo en lo nuevo, que casaran con nuestro 68 estudiantil, habló despectivamente de la CNTE por "vieja", probó cuán poco entendía al país. Aquélla y los compañeros de lucha alrededor suyo desde mayo siguiente, resultan inexplicables sin el sexenio cardenista.
-¿Con el libro quieres mandar un mensaje a López Obrador? -preguntaron.
-Ni me pelaría ni me interesa. El líder de Morena no tiene que ver con el Tata y las organizaciones sociales le importan, si acaso, como clientela. Y el cardenismo, según lo interpreto, es un movimiento, propiciado por un general presidente, sí, y movimiento al fin y al cabo. Que escuchen las bases morenistas, en cambio, resultaría muy interesante.
La coyuntura iniciada en diciembre pasado, por fuerza zigzaguea y seguro se profundizará conforme pasen los meses, hasta julio próximo y después, gané o no AMLO, le reconozcan el triunfo o comentan fraude otra vez. El movimiento es la cuestión, creo.
-0-
Hablo en primera persona para relativizar el conocimiento, desde la perspectiva que tiene un cuadro del movimiento social mexicano.
Hoy vi una síntesís de lo que bien o mal llaman "La mayor confrontación intelectual del siglo XX", entre Michel Foucault y Noam Chomsky.
Ojalá hubiera y circularan muchos videos así, que en potencia ponen al alcance de todos discusiones a las cuales usualmente tenían acceso muy pocos. De hecho ese debate se produjo en circunstancias inéditas hasta muy poco antes, pues fue televisado.
Con frecuencia desespero por el pobrísimo uso que damos a miles de conferencias, mesas redondas, seminarios, grabados y en la red. Durante plena virtualidad los más seguimos privilegiando lo presencial y si militantes regionales hacen conciencia de sus limitaciones y proponen un curso para formarse, desdeñan la oferta de tenerlo a distancia y más, claro, recibirlo en parte empleando videos que otros pueden ayudarlos a comprender bien a bien, si hubiera necesidad. ¿Cuánto habrían entendido del tú a tú entre esos dos pensadores cumbre para los nuevos tiempos? ¿Habría que empezar preguntándose cuánto asimilé yo, posible intermediario?
El conocimiento y su difusión son grandes temas historiográficos, dice quien no pertenece a la academia y se afilia a la corriente de historiares en origen periodistas, escritores, filósofos, militantes: Enzensberger, Walsh, Kapuscinsky y demás.
¿A quién hablo?, debería ser la primera pregunta para ellos, y no preciso si se la plantean correctamente.
Cuando aprovechando una revolución cinentífico-tecnológica, en los años 1970 Chosmky, Foucault y demás renovaban el pensamiento, empezó a investigarse con mayor seriedad la adquisición de la lengua escrita. Conozco el tema accidentalmente, por un trabajo que me encargaron, y hoy no escucharon todavía de él sino pequeños círculos porfesionalizados en fomentar la lectura, por cierto con pobres logros gracias a las posmodernas políticas estatales.
En el mundo grandes sectores antes iletrados se acercan a una literatura que expandió también su producción, buena, mala o regular, y, como siempre, quien tiene más saliva publicitaria traga más pinole lector, refundando la ancestral pirámide.
A nuestra acádemia no solo le tiene sin cuidado a cuántos llegan sus investigaciones, sino que, creyendo a Lorenzo Meyer, evitan al peladaje, incluidas clases medias sin pedigree, en este caso como historiadores.
El Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana editó tres gruesos volúmenes sobre el cardenismo, pidiendo textos a especialistas y algunos nombres prestigiados. Si por supuesto merecen la pena, distan muchísimo de ser un buen acercamiento al periodo.
Dos trabajos resultaron imprescindibles para el que hago: "El cardenismo/una utopía mexicana", de Adolfo Gilly, y "Los nuevos herederos de Zapata", de Armando Bartra. Éste valida mi punto de partida -no diré tesis, por no ser mamón, jeje- y el primero me ayuda en varios aspectos y al contemplar desde la óptica continental reforzó
una pregunta que creí pertinente: salvada toda distancia, ¿el sexenio
cardenista puede compararse con los regímenes populares andinos de siete y ocho
décadas después?
Mal puedo esperar que AMLO haga caso a este humilde servidor, si plantea su candidatura invirtiendo los términos del Tata. Claro, hay un abismo entre los lugares desde donde uno y otro preparan su proyecto: Cárdenas como posible candidato del partido hegemónico y López Obrador con dos fraudes electorales a su espalda.
los
SIGUE
viernes, 27 de octubre de 2017
sábado, 24 de junio de 2017
FAT. El corrido de los tercos
CAPÍTULO
I: EL DIFÍCIL ARTE DE NACER
Es
el sábado 18 de octubre de 1960 sobre la calle de 16 de septiembre, al fondo de
la cual se abre el Zócalo de la ciudad de México. Como se observa en la mezcla
de fotografías que acompaña esta página, los autos van y vienen en lo que a
todos parece un río caudaloso y apenas empieza a serlo. Va el río pero deja
huecos que no ahogan la plática de los vecinos en los portales, ni impide a los
peatones cruzar por donde se les antoja, imitando a los toreros, ni que los
chamacos sigan dándose el lujo de retarlos con sus juegos.
Por
un aparato de radio a todo volumen se escucha la última versión de Sin ti, en
que el trío Los Panchos no es ya lo de antes_, y en una pared y sobre el cartel
de la película Macario_, se coloca otro cartel de las innumerables películas
que inútilmente tratan de copiar las estelarizadas años atrás por Pedro
Infante, Sara García o María Félix.
Desde
luego lo que aquí sucede, igual que lo que aparece en nuestras fotografías, no
refleja la vida de otras ciudades, y menos aún la de la variedad de campos
mexicanos, cuyos habitantes representan cada vez menos en términos
proporcionales y sin embargo constituyen todavía cerca de la mitad de los del
país.
La
actividad una cuadra más allá, donde como hace siglos se instalan las mejores
tiendas_, advierte que estamos en una urbe cuyo crecimiento no tiene
comparación en la historia, fuera de media docena de casos_. De hecho, la
población de México entero aumentó a una velocidad prodigiosa, y está en continuo
movimiento, de un lado a otro, en especial desde ese mundo rural que hasta hace
poco siempre fue mayoría y en el cual descansa el prodigioso desarrollo
iniciado a comienzos de los años 1940, que la familia revolucionaria presume
como el milagro mexicano.
Los
dos centenares de personas que a solas o en grupo avanzan por 16 de Septiembre,
se dirigen al despacho 403 del número 71, para culminar lo que iniciaron ayer:
la fundación de un Frente Auténtico del Trabajo.
La absoluta mayoría de quienes frente a ellos
se preparan a firmar el nacimiento de la nueva organización, participará muy
poco en la verdadera construcción de ésta. Los que asuman la tarea serán unos
cuantos de ellos, otros que aguardan en sus lugares el resultado de la reunión,
y un buen número que no sabe nada de lo que hoy sucede.
(…)
El
segundo de nuestros personajes es uno de los contados que asistirá a la
asamblea fundacional del FAT para permanecer en la organización. Se llama
Cirilo Ortiz y nació en Tampico, Tamaulipas, donde su padre, que cursó dos años
de estudios, se ocupaba en empleos secundarios de la industria y que con la
madre, analfabeta, procreó diez hijos.
Cirilo
completó allí la escuela primaria, antes de que todos se trasladaran al
Distrito Federal, para encontrar cobijo en el hogar de un tío, en la colonia
Doctores. El padre se hizo vigilante de una fábrica, y trabó amistad con otro
que cuidaba de una pequeña planta de jeringas. A ella entró nuestro compañero
con su hermano mayor, tan pronto pudo o hubo necesidad, cobrando como los
demás: a destajo.
Un
conflicto con el patrón lo saca del lugar, y ayudándose con el raquítico sueldo
que le paga un tortero, estudia una carrera corta de comercio, resuelve que la
oficina no es lo suyo y sí de nuevo la fábrica, esta vez, de etiquetas.
Para
entonces uno de los muchos futuros trabajadores que participara en las luchas
del FAT, Fidel Campero, había salido de una ranchería de Zacatecas, en el que
su padre tenía cuatrocientas cabras. A él no le gustaba cuidarlas y resolvió
hacer lo que otros en la región: irse de bracero.
Volvió
al pueblo y se marchó de nuevo de mojado a diversas partes, regresando en cada
ocasión. La última se encontró con que varios de sus amigos y conocidos habían
tomado rumbo a las fábricas de un municipio conurbado de la ciudad de México, y
los alcanzó. Allí trabajaría primero en las afueras de una planta, descargando
furgones del ferrocarril, y luego dentro, de barrendero, con contratos de
veintiocho días, y al fin como ayudante y luego encargado de los molinos de un
departamento.
En
cambio Domingo Mazcorro, el futuro creador del Frente Obrero, Campesino y
Popular (FOCEP) de Gómez Palacio, nace allí, en una ciudad, pequeña en la
época. Su padre vendé pájaros en los mercados y a los 16 años él se mete a un
taller de reparaciones. Es ayudante de electricista y video técnico, aprende
muy rápido y cambia una y otra vez de compañía, como electricista de primera y
después como electricista especial.
Falta
todavía casi una década para que se marche a la ciudad de Chihuahua, en busca
de mejores oportunidades, y se incorpore a los 1,200 trabajadores de planta,
los cerca de 400 empleados de confianza y los aproximados 200 eventuales de
Aceros de Chihuahua.
Mientras,
en Yautepec. Morelos, se ha hecho hombre Sabás Rendón García. Su padre, un
cortador de fruta “al servicio de los terratenientes”, es oriundo de Tepoztlán,
un poblado próximo, y poco después del nacimiento del quinto hijo vivo, se
separó de la esposa. Ella, de la también cercana población de Tlanepantla, se
hizo cargo de los hijos vendiendo “fritangas comunes en la dieta de los
pobres”_.
La
mujer se esforzaba en dejar a sus muchachos “la mejor herencia” que se podía,
“una carrera, aunque fuera corta”, pero en cuanto él terminó la primaria, y
siguiendo los pasos de dos de sus hermanos, se hizo tractorista para un ingenio
azucarero de la zona. Luego fue piscador de algodón, de cebolla y cacahuate, y
jornalero en el cultivo de la caña.
En
estos años en los cuales anda nuestra historia, pasa a la albañilería y luego a
las tareas de machetero y panadero, todo en las proximidades de Yautepec. El
mayor de los hermanos le insistirá en que siga estudiando, siquiera por
correspondencia, y tomará un curso y se marchará a Cuernavaca, de modo de
entrar al departamento de tránsito. Cuando se canse de la corrupción y las
arbitrariedades de la dependencia, es que encontrará el empleo más importante
de su vida: en Nissan Mexicana, una trasnacional productora de autos.
El
quinto testimonio, lo incluimos para mostrar los extremos de sacrificio a los
que llega el pueblo de la época transformado en obrero. Es de quién por estas
épocas está en la niñez y con la familia debe trasladarse de los bosques
cercanos a Uruapan, Michoacán, a uno municipios que, alrededor de la ciudad de
México, se industrializa a marchas forzadas.
Su
padre pierde el trabajo en una de las empresas punta en la producción de
electrodomésticos, y se vuelve albañil. El hombre sufre un accidente que lo
incapacita por un año, al tiempo que se marcha la fábrica donde presta sus
servicios el hermano grande, y cuando a los doce años él entra a la secundaria,
debe volverse el sostén momentáneo del hogar.
“Me
puse a trabajar: en una tortillería –cuenta-, dando grasa a los zapatos y
vendiendo chicles en los camiones. Y juntaba quince, veinte pesos, que era casi
el salario mínimo. Además había tiraderos de las plantas y me iba a juntar
fierros para vender a los depósitos… Ahí fue donde hice la reflexión más
importante de mi vida: Si no dejas que el hambre te doble, nadie ni nada te va
a doblar nunca.” Saliendo de la secundaria entrará a la misma planta en la cual
se había empleado su progenitor.
La
sexta y última historia personal se relaciona con la anterior, e indica el
hondo desconcierto de los pequeños que acompañan a sus mayores. Es de Antonio
Velázquez, uno de los cuadros más entregados al FAT hasta su muerte:
“En
1946 mi padre emigró a la ciudad de México, para trabajar como zapatero,
aprovechando que se requerían estos obreros en el D. F. Las familias de León habitaron en el barrio
de Tepito y la colonia Morelos. Cuando
mi padre nos trajo a mi madre y mis hermanos a la ciudad de México, nos instalamos en una vecindad
ubicada en la 4ª.de Panaderos 90 interior 3, una habitación de 5X4, baños
comunes y como lugar de juegos, la calle.
“Durante
ocho años aproximadamente radicamos en el D. F., mis abuelos paternos que
vivían en León insistieron con mis padres que nos regresáramos aquella ciudad,
o nos “perderíamos en el ambiente de la ciudad de México. Mi hermano Armando dos años menor que yo que
tenía 9 años, éramos parte de la “palomilla” de la 4ª calle de Panaderos, con
muchachos de los 9 hasta los 30 años o más, participamos en peleas, broncas
campales, robos, asaltos, embriaguez, aprendimos a bailar danzón, mambo y
otros, asistíamos a bailes en las vecindades del barrio, lo único que nos
impedían los mayores era fumar mota, marihuana.”
En
estas vidas personales faltan las de las mujeres. No es casual, pues continúan
formando el lado oscuro de la luna. Por milenios, condenadas a las sombras,
apenas ahora empiezan a integrarse a las actividades remuneradas en porcentajes
de relevancia.
(…)
La
cuestión de la nacionalidad parece secundaria para los propósitos de nuestro
libro y no lo es, conforme veremos.
En
1961 la diversidad del país sobrevive, y se refleja en quienes serán los
primeros en encargarse de la difícil construcción del FAT. Todos nacieron y
crecieron en el centro y el norte de la república. El sur de momento no
interviene. Es el sur de buena parte de las antiguas culturas indígenas, cada
vez más rezagado_. En las regiones que habitan los próximos militantes de la
organización, se ha concentrado el milagro.
La
heterogeneidad nacional se muestra también en la muy distinta composición y
comportamiento de los patrones, según estados o zonas. Una cosa es, por
ejemplo, el empresariado de la capital de la república, dominado por los
grandes capitales nacionales y extranjeros, expuesto a múltiples influencias y
con vínculos inmediatos con el gobierno federal y las cúpulas del
corporativismo.
Otra
muy distinta es la patronal de Monterrey, orgullosa de sus raíces locales, que
reta con frecuencia a la federación, trata de obligar al sindicalismo oficial a
ceñirse a su estilo, promueve sus propios sindicatos blancos para un mejor
control se esfuerza en aparecer ante sus trabajadoras(es) como un gran padre. Y
otra la veracruzana, con cierta tradición liberal, o la profundamente
conservadora de León, que veremos enseguida.
Hacia
León se dirige Nicolás Medina. Para seguir sus pasos no olvidemos algo de
primera importancia: la lacra del corporativismo, que la familia revolucionaria
extiende, está todavía más presente en la Iglesia, quien tiene en ello la más
larga trayectoria en el mundo. El SSM y el FAT trabajan a contracorriente de
esta historia negra de la Santa Madre, pero no pueden evitar contaminarse en
alguna medida.
Medina
no podrá liberarse del todo, en tanto opera dentro de la estructura
eclesiástica. La completa autonomía del proyecto FAT en cual participa Medina,
lo protege al menos por unos años y lo conducirán a romper todo lazo clerical
(1966). Pero tampoco no podrá evitará cargar con uno de los milenarios lastres:
la relativa concentración de la autoridad_ y un cierto autoritarismo a pesar de
sus múltiples virtudes.
León
Al
regresar a su ciudad natal, Nicolás Medina se prepara a convertirse en el
personaje de mayor relevancia en la etapa de construcción del FAT. Ha
demostrado una particular capacidad organizativa y lo acompaña otro miembro del
comité nacional, Pedro Lara. En León de inmediato se le suman tres obreros más
que resultarán también fundamentales.
AQUÍ,
LE PARAMOS
viernes, 23 de junio de 2017
Anexo: V. El cardenismo: ascenso social y coyuntura. Armando Bartra
¿Qué estaban haciendo los campesinos cuando llegó Cárdenas y les dio la tierra?
A primera vista el periodo cardenista parece la confirmación máxima de que,
clausurada la etapa armada de la revolución, el agrarismo se ha hecho gobierno.
La poderosa y visionaria iniciativa política de Cárdenas, su
espectacular despliegue de acciones agrarias y el excepcional apoyo popular a
un presidente que es capaz de apelar al movimiento de masas han colaborado a
crear la imagen del cardenismo como un agrarismo de Estado. En esta perspectiva
las transformaciones rurales del periodo parecen obra de un gobierno
todopoderoso, cuyo proyecto reformista radical se impone de arriba a abajo y
despierta la adhesión popular.
Algo hay de eso, pero es tarea de la historia social
rescatar los
movimientos populares de la época y revaluar su papel en la
definición
y radicalización del proyecto agrario cardenista.
Crisis agrícola e
intransigencia agraria
Es bien sabido que la crisis agrícola de los primeros años
treinta condiciona decisivamente la definición de un nuevo proyecto de
desarrollo
rural. Las sequías de
1929 y 1930, las inundaciones de 1932, tres años de guerra cristera que tiene
como escenario el granero del país y los efectos de una revolución y un reparto
agrario que han puesto en crisis a las haciendas cerealeras sin crear, como
contrapartida, un campesinado pujante: todo esto se combina para provocar
un desplome de la producción de granos básicos, y de 1928 a 1934 la producción
de maíz y frijol disminuye en cerca de un 30%.
Pero la crisis del 29 y la gran depresión golpean también
a la producción agrícola de exportación: de 1928 a 1934 las cosechas de algodón
tienen que disminuir en un 20% y también se contrae la producción de café y
caña de azúcar. Finalmente el decrecimiento 80 de las exportaciones agrícolas y el derrumbe en la
producción de granos básicos se combinan acelerando la crisis: las dos
terceras partes de lo obtenido por las exportaciones agrícolas se tiene que destinar
a la importación de alimentos.
A pesar de que para 1935 la agricultura comercial comienza a
recuperarse, la crisis de los años anteriores es un llamado de atención que
obliga a reconsiderar el modelo agroexportador que habían
impulsado los sonorenses.
Pero si lo anterior está ampliamente documentado, se han
explorado menos los efectos sociales de la crisis agrícola. La conmoción rural
de los primeros años treinta no solo se mide por sus efectos en la producción también
tiene indicadores en la agudización de la lucha de clases y estos son poco
conocidos.
A principios de los años treinta todos los factores se
combinan para atizar el fuego del descontento campesino: Calles, el “Jefe Máximo”, se empeña en clausurar un
reparto agrario que solo ha dotado a
alrededor de tres mil comunidades mientras 70 mil siguen esperando, pero
además el 70% de las tierras de los
flamantes ejidatarios no es de labor, el ingreso obtenido en tierras propias es
de 22 centavos diarios y los
ejidatarios tienen que trabajar cerca de la mitad del año fuera de su
parcela, mientras de 1928 a 1934 las posibilidades
de trabajo a jornal disminuyen por el desplome de la agroexportación. Y si
la posibilidad de empleo agrícola se reduce, también el salario se contrae: de 1927 a 1933 la capacidad adquisitiva de
los jornaleros rurales disminuye en casi un 20%. A todo esto hay que
agregar la presión de los desempleados
provenientes de los sectores de exportación que tienen que ser absorbidos
de nuevo por la economía campesina, y a
los 300 mil braceros que nos devolvió la crisis del 29 y que no solo reingresan
al país sino que dejan de enviar dólares. En estas condiciones es evidente
que el campo es un polvorín y que
los problemas de producción no son los únicos a considerar en la redefinición
de la política agraria.
La presión
campesina
Mucho antes de que
a Cárdenas se le ocurra convocarlos, los campesinos reaccionan ante esta situación movilizándose. Ciertamente no hay
estadísticas al respecto, y la
historiografía sobre la época casi no registra el fenómeno, pero una somera
revisión de la prensa no deja lugar a dudas.
81
Las tomas de
tierras son una de las formas de lucha más
generalizadas, y El Machete, periódico del PCM, deja constancia de
ellas. Noticias sueltas entresacadas al azar
de los números publicados en 1935
nos indican que: en Tepeaca, estado de Puebla, 25 comunidades agrupadas en un
Frente Único Campesino tomaron las tierras; en Tulancingo, Hidalgo, los
campesinos ocuparon los latifundios de Zupitlán y Tepenacaxco; los campesinos
de Labor de Rivera, en el norte de Jalisco, tomaron tierras solicitadas
infructuosamente al Departamento Agrario; en Zitácuaro, Michoacán, los campesinos
se apropian de un latifundio; en Nuevo León 1 400 trabajadores, miembros del
Sindicato Único de Obreros Agrícolas y de la Unión de Solicitantes ocupan
tierras, y así.
Los comentarios de los redactores de El Machete son
también sintomáticos:
Dos millones de
jefes de familia no quieren esperar otros 25 años de “revolución” para que se les entreguen sus parcelas […]. No están dispuestos
a seguir esperando, tomarán la tierra a cualquier precio y no pagarán
impuestos; no quieren morirse de hambre: “mejor de bala”…1
También las cómodas estadísticas sirven para constatar la
presión sobre la tierra: hasta diciembre
de 1934 las Comisiones Agrarias habían recibido 14 mil solicitudes de dotación,
de las cuales más de la mitad estaba en trámite.
Pero no todos los
campesinos sin tierra tenían el derecho formal a luchar por ella. Los peones acasillados y los jornaleros libres que se
empleaban en la agricultura de plantación no podían solicitar las tierras que
trabajaban; los primeros porque no constituían
“Núcleo de Población” y no se les reconocían derechos agrarios, los
segundos porque las plantaciones se
habían declarado inafectables. Estos trabajadores sin derechos o ubicados
en tierras inexpropiables no renunciaron a la lucha agraria voluntariamente.
Durante la revolución la demanda de “tierra para quien la
trabaja” no había discriminado a ningún sector del campesinado, y el propio
artículo 27 constitucional ofrecía a todos lo que las reglamentaciones
posteriores les negaban a ellos; de modo que muchos acasillados y jornaleros de
plantación demandaron las tierras. Pero los expedientes no se instauraron y
pronto la represión les cerró el camino.
El nuevo régimen
solo les ofreció el derecho a la organización sindical, y las centrales
obreras se disputaron su reclutamiento. La CROM y la CGT primero, y la CTM
después, les dieron una cobertura que no encontraban en las organizaciones
agrarias, y la crisis los lanzó al
combate.
Las mismas circunstancias que impulsaban a unos trabajadores
del campo a luchar por la tierra provocaban en otros la movilización sindical.
En La Laguna, por ejemplo, la superficie cultivada de algodón se reduce en casi
un 70% entre 1926 y 1932, ocasionando la desocupación de 15 mil trabajadores.
En el Valle de Mexicali el problema es semejante, pero se agrava cuando
millares de braceros mexicanos son arrojados al sur de la frontera. Y así en
casi todas las zonas donde las grandes cosechas concentran jornaleros: la crisis
combinada de la agricultura campesina y la agroexportación se expresa en
incontenibles movimientos laborales.
Algunos de estos movimientos han sido más o menos cubiertos
por la historiografía, pues tuvieron la fortuna de ser el
“antecedente”
de espectaculares expropiaciones cardenistas. Tal es el caso
de
las multitudinarias huelgas que conmueven a la región
lagunera de
junio de 1935 a octubre de 1936, prologando el reparto
agrario de
casi medio millón de hectáreas. Movimientos semejantes,
aunque
menos extensos, se dan en las haciendas de Lombardía y Nueva
Italia ubicadas en la cuenca del Tepalcatepec, y también en
algunas
zonas cañeras como Los Mochis en el Valle del Fuerte,
Sinaloa,
Taretan en Michoacán, entre otros.
Pero la lucha de los campesinos sin tierra en tanto que
jornaleros
no se reduce a los movimientos que fueron antecedente de
grandes
expropiaciones, y que por ello han sido historiados. Una vez
más,
la prensa de la época nos revela la existencia de un amplio
y disperso
movimiento que espera ser rescatado. La revisión de dos
meses de El
Machete –marzo
y abril de 1934– es un mínimo indicador de la magnitud
de los combates: huelga de 200 jornaleros en Acatlán,
Puebla, paros
de peones en las fincas cafetaleras de Cacahotán, Chiapas,
huelga
en el ingenio El Potrero de Veracruz; y movimientos
semejantes en
Compostela, Nayarit, en el Sistema de Riego No. 4 y en
Camarón, los
dos en el estado de Nuevo León, en Uruapan, Michoacán, y
así.
La oleada de tomas de tierra que se extiende por todo el
país,
las decenas de miles de jornaleros desesperados que reclaman
tra83
bajo y mejores salarios con paros como el de La Laguna que
moviliza
a 20 mil huelguistas, y también el recuerdo ominoso de un
movimiento cristero cuya recurrencia solo puede ser
conjurada mediante
la definitiva conquista del campesinado2 deben haber tenido
alguna influencia en el reformismo agrario cardenista.
Es indudable que el agrarismo de Cárdenas favorece la
generalización
del movimiento social, pero es también obvio que el
movimiento
social hace imperativo que Cárdenas se torne agrarista.
La solución cardenista
Ya lo había dicho Graciano Sánchez en la discusión del Plan
Sexenal:
“La solución del problema campesino es el gran problema
nacional
y para resolverlo hay que recurrir […] al fraccionamiento de
los grandes latifundios; no hay otra alternativa”.
El propio Cárdenas, que en su campaña electoral había
recorrido
el país y conocía la problemática agraria de primera mano,
es
explícito al señalar la relación entre la agudización de los
conflictos
rurales y la necesidad de reanudar lo antes posible el
reparto de
tierras. El 2 de enero de 1935, a poco más de un mes de
haber tomado
posesión, Cárdenas escribe en su diario personal:
… Gabino Vázquez, jefe del Departamento Agrario, recibió
instrucciones
para intensificar los trabajos para la dotación de tierras
en
todo el país. El gobierno debe extinguir las llamadas
haciendas agrícolas
constituyendo los ejidos, tanto para dar cumplimiento al
postulado
agrario como para evitar
la violencia que se registra entre hacendados
y los campesinos solicitantes de tierras.
El mismo planteamiento se reitera en notas posteriores: “La
distribución de la tierra es indispensable para desarrollar
la economía
del país y además lo
está exigiendo la situación violenta que
priva en el campo entre hacendados y campesinos”.3
Y Cárdenas repartió la tierra, dándole una salida agrarista
no
nada más a la generalizada demanda territorial, sino también
al
2 Por lo demás, en 1935 “La Segunda” estaba en su apogeo y
movilizaba a 7 500 hombres
armados en seis estados de la República.
3 Lázaro Cárdenas, Obras,
t. 1: Apuntes.
1913-1940, México, unam, 1972, pp. 312 y
325.
[Las cursivas son nuestras.]
V. El cardenismo: ascenso social y coyuntura
84 Los nuevos herederos de Zapata, campesinos en movimiento.
1920-2012
movimiento de los jornaleros que esgrimían reivindicaciones
de carácter
laboral.
El hecho de que Cárdenas diera una solución agraria al
problema
de quienes exigían trabajo y mayores salarios, ha servido
para apuntalar la idea de que la reforma agraria cardenista
es
más un proyecto gubernamental que una demanda social. Nada
más apartado de la realidad. Para esclarecer esta cuestión
sería
necesario revisar, caso por caso, la naturaleza de las
diferentes luchas
a las que Cárdenas les dio una salida ejidal y que hasta
ahora
han sido agrupadas dentro del gran saco de los “repartos
agrarios
cardenistas”.
Una somera revisión de los conflictos importantes nos
servirá
para desechar cualquier simplificación. Para empezar, hay
muchos
casos en que el reparto agrario responde directamente a una
lucha
por la tierra. Así, por ejemplo, el latifundio de la
Colorado River
Land Co. de Mexicali había sido invadido por primera vez en
1923,
dando como resultado un violento desalojo; en 1930 los
hermanos
Guillén dirigen otras invasiones y terminan confinados en
las Islas
Marías; en 1936 Hipólito Rentería encabeza una nueva
ocupación
y, aun cuando al principio también es reprimida, Cárdenas
busca
una salida negociada y termina expropiando casi 100 mil
hectáreas
en provecho de 3 860 ejidatarios. Otra gran expropiación que
responde
directamente a una lucha por la tierra es la del Valle del
Yaqui. Después de un combate de cuatro siglos, en 1937
Cárdenas
decide resolver el problema de raíz reintegrándole a la
comunidad
36 mil hectáreas bajo la forma de ejidos. Para el jefe yaqui
que firma
el acuerdo no se trata de ninguna concesión: lo que pasa
–dice–
es que hemos ganado la guerra.
Los casos de Lombardía y Nueva Italia, La Laguna y Los
Mochis,
si responden al esquema de una lucha sindical que deriva en
reparto agrario. Sin embargo, por lo menos en el caso de La
Laguna,
sería necesario explorar la prehistoria agraria de estos
movimientos
sindicales; pues todo hace pensar que para los trabajadores
de la zona las demandas laborales no eran incompatibles con
la
reivindicación agraria, y si se habían concentrado en la
organización
sindical era porque, en las tierras de riego, la demanda
agraria
había sido bloqueada a sangre y fuego.
La escasa información disponible sobre la prehistoria de la
lucha
lagunera registra la formación de comités agrarios desde
1916,
en que se constituye, sin éxito, el de Tlahualilo; y para
1918 hay in85
tentos frustrados en Sta. Teresa, California, Lucero, San
Lorenzo,
Concordia, etcétera. En 1922 se registran las primeras
ocupaciones
de tierras, como la de La Vega del Caracol organizada por el
Sindicato
Miguel Hidalgo; los invasores son encarcelados. Para 1928
había seis ejidos en la comarca y solo 12 solicitudes; los
campesinos
que ambicionaban la tierra eran sin duda muchos más, pero
las
compañías agrícolas tenían un sistema infalible para
desalentarlos:
los poblados de solicitantes eran quemados o inundados con
las
aguas de los canales de riego, y los demandantes eran
anotados en
la lista negra y se les negaba el empleo.
Con la restricción de los cultivos y la desocupación, el
agrarismo
es rescatado por los propios terratenientes, que temen una
explosión social; pero las tierras a las que se quiere
canalizar a los
desempleados están en el desierto. En 1927 los solicitantes
de la
Federación de Sindicatos de Gómez Palacio son mandados
literalmente
a La Goma, pues así se llama la inhóspita hacienda
periférica
con cuyas tierras se les pretende dotar. Finalmente, en
1934, el
propio Abelardo Rodríguez da una “solución” agrarista al
problema
lagunero al crear dos Distritos Ejidales para algo más de
mil campesinos
en tierras periféricas a la zona de riego; y con esto se
declara
terminado el reparto agrio en la comarca, hasta que las
huelgas
de 1935 y l936 obligan a rectificar.
Es claro, pues, que la organización sindical de la región
lagunera
también impulsaba las demandas agrarias, aunque el Estado
y los terratenientes las canalizaran al desierto. Cárdenas
no se inventa
una solución ejidal para un problema proletario, lo único
que
hace es retirar la prohibición del reparto de tierras de
riego, y con
ello el agrarismo se apropia del corazón mismo de la
comarca.
En el caso de Yucatán la aparente incongruencia entre
movimiento
laboral y solución agraria tiene implicaciones distintas. En
la
zona henequenera la crisis de producción deriva en
desempleo, hambruna
y fuertes presiones laborales. Con la coyuntura cardenista
los
herederos de Carrillo Puerto –como Rogerio Chalé– y el
gobernador
López Cárdenas impulsan la idea del reparto agrario; pero
todo hace
pensar que el movimiento agrarista nunca llega a ser muy
fuerte, y
lo cierto es que los hacendados opuestos al reparto logran
movilizar
a un gran número de peones, al grado de provocar la caída
del gobernador.
Hay sólidas razones para que la alternativa ejidal no cuente
con la adhesión masiva y alborozada de los peones: el
henequén
está en crisis y la entrega de los planteles no resuelve el
problema
V. El cardenismo: ascenso social y coyuntura
86 Los nuevos herederos de Zapata, campesinos en movimiento.
1920-2012
económico-social, con más razón cuando en la zona es difícil
promover
otros cultivos. Pero además las primeras dotaciones ejidales
en
colectivo, administradas por el Banco de Crédito Ejidal
Banjidal),
resultan menos remunerativas para los flamantes ejidatarios
que
el mísero jornal que reciben los peones en las haciendas.
Con todo,
la expropiación generalizada se realiza, y es una de las más
aparatosas
del país pues afecta 360 600 hectáreas y “beneficia” a 34
mil
ejidatarios. En Yucatán la solución agraria parece responder,
principalmente,
a consideraciones técnico-económicas y en cualquier caso
tiene menos respaldo social que en otras regiones del país.
En consecuencia,
la autogestión ejidal ni siquiera es flor de un día, como en
La Laguna, y los trabajadores pasan directamente de ser
peones de
los hacendados a ser peones del banco.
Casos hay en que la expropiación que resuelve el problema
laboral resulta una maniobra perfecta para darle esquinazo a
la
lucha por la tierra. Así, en la zona central de Atencingo
los eternos
solicitantes del latifundio cañero azucarero conformado por
Wiliam
Jenkins en la inmediata posrevolución, que habían dejado
numerosos
muertos en el camino, resultan excluidos del reparto; y por
arte
de magia los peones manipulados por el administrador del
ingenio
se transforman en ejidatarios sin enterarse siquiera del
cambio. Lo
que, por cierto, no resulta grave porque sus condiciones
laborales
no se modifican en lo más mínimo.
El recuento sería interminable y cada caso “sui generis”:
desde
los peones de los cafetales alemanes de Soconusco, que
llegan tarde
al reparto y a los que en 1939 un cardenismo sometido a
fuertes presiones
internacionales y en plena etapa de moderación les entrega
solamente cinco mil hectáreas, dejando la mayor parte de las
plantaciones
y todos los “beneficios” de café en manos de los finqueros;
hasta la expropiación de la Compañía Azucarera El Mante, en
Tamaulipas,
constituida a partir de un crédito del Banco de México
conseguido
por el callista Aarón Sáenz y nunca pagado, cuya afectación
tiene como sentido principal golpear los intereses del “jefe
Máximo”.
El precio de las reformas
La acción agraria durante el cardenismo no fue un acto
voluntarista
y respondió a evidentes presiones sociales; pero sin duda
revolucionó
el panorama rural del país: miles de campesinos vieron
cumplidas sus demandas y otros obtuvieron, incluso, lo que
no se
87
habían propuesto. Pero nada de esto fue gratuito, y en 1938,
con
la fundación de la Confederación Nacional Campesina (CNC),
el
Estado mexicano le pasa la cuenta al movimiento rural. La
Confederación
es creada de arriba a abajo, responde a un decreto
gubernamental
y es la única organización campesina que tiene
reconocimiento
oficial, además de constituir el sector agrario del PNR.
Pero
paradójicamente esto no impide que la CNC tenga bases, y es
que
los campesinos difícilmente pueden oponerse a que el Estado
los
organice corporativamente, cuando el propio Estado está
llevando
a cabo una reforma rural que responde a sus principales
demandas
históricas, y difunde un discurso agrarista tanto o más
radical
que el sostenido por las más avanzadas organizaciones
campesinas
de la década anterior. A la larga los campesinos tendrán que
pagar
cara esta sumisión, pero en 1938 pocos discuten el derecho
de
Cárdenas y el PNR a organizar formalmente la base campesina
del
Estado reformador.
Durante más de 10 años Obregón y Calles habían fracasado
en el intento de crear una organización campesina nacional
fiel al
gobierno federal. La incompatibilidad entre la reforma
agraria política
de los sonorenses y el sentido de las demandas campesinas se
había expresado nítidamente en el hecho de que la más
importante
organización campesina suprarregional, la LNC, nunca se
había
sometido al ejecutivo y tenía como corriente hegemónica al
agrarismo
rojo veracruzano. Cárdenas puede hacer el milagro, porque
al radicalizar la reforma agraria aparece como auténtico
representante
de los intereses campesinos. Pero aun esto no hubiera sido
suficiente; la CNC como organización oficialista del
campesinado
nace también pasando sobre el cadáver del agrarismo rojo de
los
años veinte.
La CNC se constituye formalmente el año de 1938, que señala
el punto más alto de la reforma agraria cardenista, y en ese
momento
es la cristalización de un movimiento social que sin duda
apoya
al gobierno, pero su prehistoria es bastante tenebrosa. Los
intentos
de crear una central gobiernista realmente mayoritaria se
inician
en los primeros años treinta, en plena ofensiva
antiagrarista del
callismo, y el primer paso es desmembrar a la LNC, que
agrupa
a la mayor parte de las Ligas estatales y no reconoce al
PNR. En
esta tarea todo se vale, desde el divisionismo hasta la
aniquilación
física de su principal baluarte: el agrarismo rojo de
Veracruz. En
1930 la LNC sufre desprendimientos, y en 1932 la base ejidal
del
V. El cardenismo: ascenso social y coyuntura
88 Los nuevos herederos de Zapata, campesinos en movimiento.
1920-2012
agrarismo veracruzano se enfrenta a una arbitraria
parcelación de
tierras que en 1933 deriva en la ocupación militar del
Estado por
siete mil soldados federales que desarman a los “Cuerpos
Sociales
de Defensa”; y en este mismo año la LNC sufre una nueva
escisión
encabezada por Graciano Sánchez. En 1933 se constituye la
Confederación
Campesina Mexicana con los fragmentos del cuerpo desmembrado
de la LNC y como telón de fondo las guardias blancas de
los terratenientes y las fuerzas federales del general
Miguel Acosta
desarrollan una guerra de exterminio contra los agraristas
rojos de
Veracruz. Cinco años después la CCM deja su lugar a la CNC,
cuyo
primer secretario general es Graciano Sánchez que fuera
tránsfuga
de la LNC en 1933.
De la misma manera que Carranza se había apropiado de las
banderas zapatistas para acabar con el campesinado
revolucionario,
Cárdenas se apropia del programa del agrarismo radical para
acabar con las Ligas de campesinos rojos de los años veinte.
Hay,
naturalmente, una diferencia de fondo: los
constitucionalistas nunca
aplicaron el programa de Zapata, mientras que Cárdenas
cumplió
todas las demandas del agrarismo radical, todas menos una:
la
organización política independiente del campesinado. Hasta
1940
esta omisión no se notó demasiado, pero en las décadas
siguientes
resulto decisiva.
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