viernes, 7 de mayo de 2021

Las tierras condenadas

Asombra cuánto tiempo me tomó comprender lo que es y no como lo cuento aquí.

 

Aclaro siempre: no soy un historiador, viajo por la historia, al paso viviendo de ella.

Este cuaderno pareciera equivocarse al buscar el pasado "mexicano" desde lo que oficialmente hace ciento setenta años llaman estado de Guerrero.

Cuando "nuestro país" conmemoró siglo y medio del asalto estadounidense que entre 1846 y 1848 se llevó dos millones de kilómetros cuadrados heredados por la Nueva España, los académicos concluyeron: No hagamos dramas, estaban condenados a ello.

Su cinismo copiaba a Andrés Molina Enríquez, quien en 1900 hizo un monumental estudio revirtiendo la histórica visión de México como "cuerno de la abundancia".

-Nuestros nudos serranos merecen irse al basurero pues solo en los llanos hay tierras agrícolas propicias -declaró. -Carecemos de ríos navegables, el maíz es un bastardo que para hacerse comestible se lleva un ochenta por ciento del diario trabajo femenino y la mayor riqueza, mineral, se encuentra donde no puede accederse sino con tecnología moderna.

Hubo una doble condena a la civilización mesoamericana. Su segunda parte terminó por consumarse tras nuestra Bola, aunque los siglos anteriores avanzaron mucho en ella, occidentalizando geografias y personas.

Vista así, la guerra y revolución independentista dirimía también ese gran tema. Fue el Bajío quien dio el Grito, arrastrando a masas indígenas y mestizas, para consolidarse en zonas de pueblos originarios, donde Morelos podía moverse a placer gracias a la orografía y los hombres y mujeres condenados por Cortés y su obra, a quienes Molina, y así el positivismo porfiriano, celebraban.

La Reforma dio inicio y se consolidó en el sur rémora, de Guerrero a Oaxaca por Michoacán, y nadie aportó más a la Guerra contra el Imperio que los propios michoacanos y oaxaqueños. El triunfo se lo llevaron otros, dejando una máxima que Obregón, Calles y compañía entenderían: Deslindémonos al fin de Mesoamérica, robándole trabajadores, cultivos, aguas y cuantos recursos haya menester. 

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Asombra cuánto tiempo me tomó comprender lo que debe interpretarse y no como acabo de hacerlo.

Molina desprecia al maíz, cuyo mayor productor mundial es Estados Unidos -más del cincuenta por ciento-, país que basó su dieta en ese cereal. No extrañe, pues, el libro publicado durante los años ochenta por quien reivindicaba al zapatismo originario y, no sé si contradictoriamente, al poco servía al neoliberalismo criollo, ¿recuerdan, nietos?(https://docencia.ciesas.edu.mx/FORMATOS/Lectura_3.pdf; esta vez no pasa el link, jeje).  

Nuestro autor empezaba refiriéndose a la asociación que los cientificistas encontraron en los años mil ochocientos y mil novecientos entre pelagra, una enfermedad asociada al pobre consumo de ciertos nutrientes, y el cereal mesoamericano. 

La cuestión empezó a estudiarse en Asturias, provincia que vio nacer a mis antecesores. Allí me encontraría un categórico decir en los 1970s: 

-Jamás comimos tal basura; se la dábamos a los animales. 

-¿Seguro? -pregunté una y una vez-. Porque mi abuela aseguraba que el alimento de los mineros, Belarmo incluido, desde luego, consistía en leche y maíz.

Aquella región estuvo secularmente mal poblada, hasta que llegó el bastardo. Entonces se convertiría en cuna de la Ilustración y expulsora de seres humanos, pues abundaban. 

Warman no tiene conocimiento u olvida recordar un trato igual a la papa andina, culpable, entre otras cosas y según afirmaron, de la gran hambruna irlandesa.

-¿Y qué querían? -reclamaron después los estudiosos del tema. -Era lo único sólido en sus estómagos tras las expropiaciones británicas.          

SIGUE


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