martes, 11 de febrero de 2020

Un taller de historia, para que la burra siga jalando

Le contaba antes, Ce, lo que intento con Guerrero para seguir la historia general de estas tierras mal llamadas México y peor conocidas como Suave patria por unos versos harto difundidos, que quien lanzó el segundo llamado a reinventar el país -ese tal Vascocelos- consiguió sacarle en 1921 a cierto buen poeta provinciano -López Velarde.
Ora quiero dar un taller de historia que revise de la Conquista-Invención al presente. Y pues está en chino, porqué cómo se resume tan vasto,  complejo tiempo.
Pretendo que empiece con algo semejante a Ni Descubrimiento ni Encuentro ni, aterrizado en Mesoamérica que, según usted bien sabe, era parte de nuestros actuales dos millones de kilómetros cuadrados e interactuaba profundamente con la Arido América extendida hasta muy adentro de los hoy Estados Unidos.
Este gran trabajo es un punto de partida en cuanto a perspectiva.
Otro observa el proceso con mucha seriedad, si bien su autor deja mucho que desear.
No hallo el tercero, que estudió los títulos primordiales usados por nuestros pueblos indígenas para rehacer la historia, como
monumental fenómeno cuya culminación sería el Popol Vuh y el Chilam Balam, mantenidos en secreto al menos por dos siglos. 
Me apoyaré también en Quetzacoatl y Guadalupe, disruptivo y respetado por la academia.
Falta uno que no encuentro en mi caótica biblioteca y me allegaron compañeros guerrerenses, Ce, sobre los me´pa desde sus orígenes prehispánicos.
Para la Colonia hay un titipuchal sobre rebeliones indígenas, que es lo que más interesa, y tales y cuales necesarios para comprender los órigenes de la identidad criolla y el impacto que tuvo España durante esos siglos intermedios -XVII y XVIII. 
Veré así la gloriosa insurrección de Hidalgo sin Allendes y cia.
En este cuaderno y algunos hermanos suyos, comenzando por Historias, está insinuado lo que vendría a continuación. No pretende emular a nuestras dos historias oficiales -el decimonónico México a través de los siglos y lo que la dictadura perfecta transmitió en sistemas educativos, recuerdo- ni a esa esbozada por los intelectuales 4T, cuyo fracaso espero, muy parecido a ellas. Interpreto al antojo mío y de quienes acompaño socialmente, como usted, Ce, quien públicamente se comprometió a ayudarme, no se haga, jeje.        

Ce y El Charco

Ce, lo estimo mucho aunque apenas nos conocemos. Es usted un intelectual nacido del pueblo que no se le aleja. ¿Puedo pedirle acompañar nuestro viaje por ese Sur donde intento resumir el pasado de nuestra red de agujeros?
No encuentro un buen mapa. Usemos este, ¿sí?

Abajo a la derecha está la Costa Chica y allí Ayutla. Hice un trabajo sobre el plan que fue titulado así aunque se firmara en otro lado. Lleva el nombre del redomado cabrón cuya autoridad se hacía sentir por esa zona hacia los años 1850. Mire cómo son las cosas. Hasta culto debe rendírsele al tipejo.
Ahora va otra imagen, tomada sin crédito por el tumbaburros digítal. En fin, es poca cosa y lo halla uno donde quiera. Tan bonita cartografía que hay.  Para muestra, este título primordial.
Aquél no nos sirve. Ora vea la mamarrachada turística, abajo. Se salta municipios y no registra el que buscamos para mirar dentro, pues El Charco está a tres horas de la cabecera, a pie todavía hoy porque solo una brecha conduce allí. Ochocientas almas. Ni quién pele.
Ecribí esto en 2001. Va como referencia. Luego conversamos sobre lo que pretendo, ¿quiere? Y perdone al blogger. Se pone pendejo al final. 

A tres años de la muertes en El Charco, Gro.
DE LA MILITARIZACIÓN EN EL SUR-SURESTE 
Lo cuento como me lo cuenta X, quien vive en la región, y con el soporte de la gruesa documentación que trae consigo y proviene de investigadores y periodistas bien conocidos. La advertencia vale porque éste no es un reportaje y la muerte y los proyectos que transforman países no son cosa de juego.

7 de junio de 1998

Uno lo leyó en su momento: las fuerzas armadas cercan una reunión de campesinos y campesinas convocada por el Ejército Revolucionario Popular Independiente (ERPI), entonces reciente excisión del Ejército Popular Revolucionario (EPR), en El Charco, municipio de Ayutla de los Libres, Guerrero. El resultado: 11 civiles muertos y ventitantos detenidos, entre ellos cinco menores de edad.
Los medios señalan las que les parecen circunstancias extrañas, como que la mayor parte de las muertes se produce, según diversos testimonios, no en el interior de la escuela (la Catirino Maldonado), donde están los cercados, sino en su cancha de basquetbol. O que, al parecer, cinco o seis de los cadáveres presenten un solo, certero balazo.
Las organizaciones civiles advierten otras aparentes inconsistencias del informe militar: no hay una sola baja de la tropa, a pesar de cuatro horas de intercambio de disparos, en las que los civiles tienen la ventaja de dominar el campo desde la Catirino, o que el número de muertos es mayor que el de heridos, invirtiendo la relación que se presenta normalmente. Inconsistencias que podrían ser explicadas por las terribles condiciones del cerco.
En los meses que siguen, tal y cual periódico recoge denuncias de los y las sobrevivientes, de haber sido objeto de un “castigo ejemplar”. Según esto, el ejército habría renunciado a obligar la rendición o la habría aprovechado para dar fin a esos cinco o seis hombres cuya sangre queda en las afueras de la escuela, una vez entregados. A uno, por lo menos, tras obligarlo a hincarse, de acuerdo a las declaraciones de los detenidos.

El Charco
El Charco es una ranchería clásica, con sus trescientos habitantes dispersos. En su caso, entre una serie de elevaciones, en los linderos de la Montaña Baja y la Costa Chica de Guerrero. De allí hasta la cabecera municipal, Ayutla de los Libres (en recuerdo al plan que dio origen a la Reforma de 1857), 35 más o menos tortuosos kilómetros y un pequeño poblado tras otro. La vegetación del que una vez fue un clásico trópico húmedo, da un aire de abundancia, sobre todo en estos meses del verano, tiempo de aguas. Pero el aire de naturaleza pródiga no impide la tenaz miseria de un municipio que está entre los diez más pobres de este empobrecido estado.
Hay que imaginar la noche entre el sábado 7 y el domingo 8, ya que los vecinos se han retirado a sus casas y en la escuela quedan los 38 invitados. O no todos, conforme a la versión de los militares: algunos hacen de vigías. Imposible que no se den cuenta de lo que a lo largo de kilómetros han observado o escuchado las poblaciones cercanas al camino: el avance de una unidad de un Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales (GAFE), de rápida capacidad de reacción, y varios batallones de infantería. Unos mil elementos, en resumen, con transportes, conducidos por un general.
¿Qué volumen de fuego desata un destacamento de estas magnitudes y de qué manera se dosifica durante las cuatro horas en que tardan en rendirse los de la escuela? ¿Por qué toman tanto tiempo los del ERPI y los demás en entregarse?
Preguntas que a uno le traen un posible escenario, un tiempo, que termina a las diez y media de la mañana del domingo, y unos hombres y mujeres, en tenebrosas estampas.

La restructuración del ejército
¿Es el EPR quien ha propiciado que contingentes de tal importancia se muevan por Guerrero en son de guerra? ¿Es el narcotráfico, cuya persecución da como motivo el ejército para explicar su presencia en El Charco?
La periodista Maribel Gutiérrez Moreno documenta el cambio de número y de comportamiento de las tropas en la entidad, ya a principios de 1994. Aprensiones ilegales, cateos e incursiones se prodigaron desde entonces, afirma, como parte de las numerosísimas acciones de lucha social desencadenadas en el país: 40 mil para ése 1998 en que sucede lo de El Charco, conforme a la información reservada que presenta la revista Proceso.
El levantamiento armado en Chiapas parece ser el detonante de un proceso que se preveía en la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC), de acuerdo a las minutas de las reuniones paralelas del Departamento de Defensa de los Estados Unidos y a otra información que proporciona la investigadora Gloria Estévez. Según ésta, casi un año antes de la irrupción del movimiento zapatista, el coronel Stephen J. Wager, miembro del Instituto de Estudios Estratégicos del Colegio de Guerra estadounidense, publicó el libro El ejército mexicano de cara al siglo XXI, en el que sostenía la inevitabilidad del desorden social, producto del propio TLC y de la reforma al ejido y a la propiedad comunal. Para encararlo, las fuerzas armadas de México debían transformarse.
Coincidiendo con la insurrección en Los Altos chiapanecos y con la entrada en vigor del Tratado, en enero de 1994 se establece El programa de desarrollo del Ejército y las Fuerza Aérea Mexicanos.  El programa tiene uno de sus centros en la creación de los boinas verdes del GAFE: equipos de 1,800 efectivos especializados en asalto aéreo, lucha antinarcóticos y contrainsurgencia, para actuar en combinación con otras fuerzas de elite, en particular en los estados de Chiapas, Tabasco, Guerrero, Veracruz y Oaxaca.
En 1999 Rex Applegate, asesor del Pentágono, observa que estos cinco estados concentran una cuarta parte de los elementos “de tierra” del ejército, distribuidos en 11 zonas militares, y que a partir de la restructuración, a los 130 mil efectivos de que disponían, las fuerzas armadas de México han sumando 40 mil más, contando ya con 70 GAFES. Estos grupos especiales se agregan a una brigada de 4 mil elementos de reacción rápida, y el ejército, invadiendo áreas de la secretaría de Marina, pone en marcha los Grupos Anfibios de Fuerzas Nacionales, acantonados especialmente en el sur-sureste.
Entretanto, la estructura de mando experimenta un proceso de descentralización, por el cual los comandantes de las 41 zonas militares tienen autonomía para decidir en términos de logística, entrenamiento y fuerzas especiales.
En 1995, apoyado en documentos confidenciales, Roderic Al Camp, investigador y analista político, advertía la radical transformación por la que estaba pasando la doctrina militar en nuestro país: las tareas de seguridad nacional debían concentrarse en combatir al “enemigo interno”.

Un proyecto de ciencia ficción 
Desde 1994 uno leyó en los medios, una y otra vez, información de este clase, que cuadraba perfectamente con cuanto hacían los gobiernos federales, comprometidos en una desarticulación del Estado que, al decir de una porción de investigadores, con Ernesto Zedillo culmina en la transformación del ejército en una suerte de suprapolicía nacional. Coincidiendo con el libro del asesor norteamericano, de 1993, y con las observaciones de Camp en 1995, las fuerzas armadas abandonarían así su papel histórico como garantes de la soberanía del país, para concentrarse en la lucha contra un inevitable descontento social.
De tanto hablar de ello hemos convertido en un lugar común la existencia del proyecto de los capitales y los organismos multinacionales, cuyos efectos venimos sufriendo en los últimos veinte años: en el grave deterioro del empleo, de los salarios, de la seguridad pública, de la educación, la salud, la cultura, y de nuestra capacidad de defensa ante la arbitrariedad del poder.
Hoy estamos seguros de que el proyecto se profundiza en materia económica y social, con la reforma fiscal propuesta por el ejecutivo, con el avance de la nueva cultura laboral que presumen las acciones de la Secretaría del Trabajo y demás, y se nos advierte de la próxima puesta en marcha de un plan Puebla-Panamá, del cual no se hace público mucho más que el asalto al Istmo de Tehuantepec, a punto de iniciar. Un plan que señala hacia la masiva entrada de grandes capitales, hacia la desaparición de la propiedad ejidal y comunal en el sur-sureste y hacia una especie de recomposición de las fronteras reales, que crearía un virtual país de las proximidades de la ciudad de México al canal panameño.
Un proyecto que se nos aparece como una conspiración urdida en ámbitos de poder cuya realidad se nos escapa y que tiene así la substancia de una ciencia ficción que nos alcanza sin que sepamos cómo.
Si la podemos entender en Chiapas, por la presencia del movimiento zapatista, cuando escuchamos hablar de la militarización del campo en Oaxaca, Guerrero o Veracruz, tenemos la misma sensación aquélla: una avalancha de datos que nos cae encima, avalados por toda clase de buenas fuentes, haciendo referencia a una estrategia global que rebasa nuestro sentido común.

La militarización de la vida cotidiana
Según la documentación de X, El Charco es el caso más grave de discrecionalidad en el estado de Guerrero, en esta nueva etapa de las fuerzas armadas, pero la intervención del ejército en la vida diaria de las comunidades es una constante de 1994 hasta hoy. En los propios pueblos, en los caminos, en las milpas, a campo abierto, los soldados hacen sentir una presencia que, como explica una variedad de manuales militares en uso, tiene deliberados efectos sobre la moral de la población, creando el clima de terror de la guerra de bajo impacto que hace mucho es bien conocida aquí y allá en el mundo. ¿Debemos creerle?
X nos pone enfrente una serie de testimonios. Poco antes de los acontecimientos en El Charco, indígenas mixtecos denunciaron que en camino de Tlapa a sus comunidades, en el municipio de Metlatónoc, un retén militar abrió fuego sobre ellos, sin previo aviso, resultando muerto uno de sus compañeros.
En la noche del 20 de abril del 99, dos mujeres indígenas de San Miguel Tejalpa se preocupan porque, tras horas de haberse marchado, el cuñado de una y el nieto de otra (de 13 años de edad) no regresan de recoger mazorcas. Van a la parcela, descubren un charco de sangre y la proximidad de la tropa, así que echan a correr. Son alcanzadas y violadas, denuncian. Al día siguiente, en un punto más al sur, un campesino muere alcanzado por las balas de los militares, mientras cuida su ganado. El reporte agrega que “porta una escopeta”.
El 2 de mayo siguiente, unos 30 hombres de infantería adscritos al cuartel de Ciudad Altamirano, irrumpen en la comunidad de Pizotla, disparan hacia una casa y quienes están cerca tratan de huir. Un poblador pierde la vida y dos militantes de la Organización de Campesinos Ecologistas de la Sierra de Petatlán son llevados a las instalaciones del 40 batallón, torturados y condenados luego por el ministerio público a seis y diez años de prisión, por supuestos delitos contra la integridad del Estado.

Los casos han sido sometidos a la investigación que exige el estado de derecho que preocupa al país? ¿Son casos aislados, producto de la presencia del EPR, del ERPI y del narcotráfico en estas zonas? ¿No forman parte de las decenas de miles de acciones de lucha social que exhiben los informes confidenciales de los medios de comunicación? ¿Hasta qué punto está militarizado el estado de Guerrero, como dice probar la periodista?



 


¿Y la transición a la plena democracia?


Organizaciones sociales y civiles del estado afirman que los detenidos en la escuela de El Charco fueron torturados, basándose en los testimonios de ellas y ellos, y los seis menores de edad estuvieron probadamente recluidos en una instalación militar.


Para denunciar los hechos se creó un Comité de Viudas y en el municipio fue formándose un Comité Coordinador de Defensa de los Derechos Humanos, en el que participan comunidades eclesiales de base, el frente cívico local, organizaciones no gubernamentales y “una parte” del PRD, partido que gobierna el ayuntamiento.
Dos de sus participantes han muerto en condiciones no bien aclaradas, dicen los documentos de X: en abril del 2000, Agandino Sierra, miembro de las comunidades eclesiales, por impactos de armas largas; en enero del 2001, Donasiano González Lorenzo, líder natural de la zona. Un líder natural mixteco, hay que aclarar, porque hasta aquí llega la región que viene rebotando por la sierra desde Oaxaca, y que tiene una unidad cultural de siglos, hoy negada por la ley indígena, quien la somete a los criterios de dos distintas legislaciones (dentro de una distribución administrativa nacional que se nos hace aparece profundamente enraizada en la historia, pero que fue producto de conflictos entre intereses locales a mediados del siglo XIX).
¿Cómo combina este ambiente con la transición a la plena democracia, y de ese modo con el establecimiento de un real estado de derecho, en la que decimos estar empeñados y que en las elecciones de julio habría dado un gran salto adelante? ¿Y la concreción del plan Puebla-Panamá? ¿No traerá tanto o más descontento social que el que preveía el asesor de Washington con la firma del TLC y las reformas al ejido, y así la creciente necesidad de un ejército como el que adelantaban él y los analistas políticos y que todo indica está cumpliendo su transformación de garante de la soberanía nacional en una suerte de suprapolicía?
La sociedad no puede permanecer pasiva ante informes como los que llegan del municipio de Ayutla de los Libres, porque advierten de un proceso que va justo en sentido contrario al que ella decidió en las urnas. Los recursos están a la mano, en ese país que decimos estar construyendo. El primero, el acceso a la información, que obliga a que tengamos conocimiento amplio y detallado de lo que sucedió en El Charco, de las muertes de los dos integrantes del Comité Coordinador de Derechos Humanos municipal y de la militarización de la zona, denunciada por la prensa y por organizaciones civiles.
En torno a la aprobación de la ley indígena que echó atrás la iniciativa de la Cocopa y los Acuerdos de San Andrés, se hicieron numerosos pronunciamientos por la unidad y la soberanía nacionales. En nombre de ellas, que son algunas de las muchas tareas inconclusas en el México del 2001, deberíamos hacer nuestro el caso de Ayutla, para empezar a hacer nuestra la situación del campo del sur-sureste en general y, finalmente, la del país en su totalidad.
Así dice uno, muy juicioso, sintiendo el temblorcillo por una realidad brutal que quién sabe cuánto se urde en ámbitos que se nos sustraen, que no podemos imaginar, que parecen señalar que, siquiera en parte, el destino nos alcanzó ya.


¿Los casos han sido sometidos a la investigación que exige el estado de derecho que preocupa al país? ¿Son casos aislados, producto de la presencia del EPR, del ERPI y del narcotráfico en estas zonas? ¿No forman parte de las decenas de miles de acciones de lucha social que exhiben los informes confidenciales de los medios de comunicación? ¿Hasta qué punto está militarizado el estado de Guerrero, como dice probar la periodista?


 


¿Y la transición a la plena democracia?


Organizaciones sociales y civiles del estado afirman que los detenidos en la escuela de El Charco fueron torturados, basándose en los testimonios de ellas y ellos, y los seis menores de edad estuvieron probadamente recluidos en una instalación militar.

Para denunciar los hechos se creó un Comité de Viudas y en el municipio fue formándose un Comité Coordinador de Defensa de los Derechos Humanos, en el que participan comunidades eclesiales de base, el frente cívico local, organizaciones no gubernamentales y “una parte” del PRD, partido que gobierna el ayuntamiento.
Dos de sus participantes han muerto en condiciones no bien aclaradas, dicen los documentos de X: en abril del 2000, Agandino Sierra, miembro de las comunidades eclesiales, por impactos de armas largas; en enero del 2001, Donasiano González Lorenzo, líder natural de la zona. Un líder natural mixteco, hay que aclarar, porque hasta aquí llega la región que viene rebotando por la sierra desde Oaxaca, y que tiene una unidad cultural de siglos, hoy negada por la ley indígena, quien la somete a los criterios de dos distintas legislaciones (dentro de una distribución administrativa nacional que se nos hace aparece profundamente enraizada en la historia, pero que fue producto de conflictos entre intereses locales a mediados del siglo XIX).
¿Cómo combina este ambiente con la transición a la plena democracia, y de ese modo con el establecimiento de un real estado de derecho, en la que decimos estar empeñados y que en las elecciones de julio habría dado un gran salto adelante? ¿Y la concreción del plan Puebla-Panamá? ¿No traerá tanto o más descontento social que el que preveía el asesor de Washington con la firma del TLC y las reformas al ejido, y así la creciente necesidad de un ejército como el que adelantaban él y los analistas políticos y que todo indica está cumpliendo su transformación de garante de la soberanía nacional en una suerte de suprapolicía?
La sociedad no puede permanecer pasiva ante informes como los que llegan del municipio de Ayutla de los Libres, porque advierten de un proceso que va justo en sentido contrario al que ella decidió en las urnas. Los recursos están a la mano, en ese país que decimos estar construyendo. El primero, el acceso a la información, que obliga a que tengamos conocimiento amplio y detallado de lo que sucedió en El Charco, de las muertes de los dos integrantes del Comité Coordinador de Derechos Humanos municipal y de la militarización de la zona, denunciada por la prensa y por organizaciones civiles.
En torno a la aprobación de la ley indígena que echó atrás la iniciativa de la Cocopa y los Acuerdos de San Andrés, se hicieron numerosos pronunciamientos por la unidad y la soberanía nacionales. En nombre de ellas, que son algunas de las muchas tareas inconclusas en el México del 2001, deberíamos hacer nuestro el caso de Ayutla, para empezar a hacer nuestra la situación del campo del sur-sureste en general y, finalmente, la del país en su totalidad.
Así dice uno, muy juicioso, sintiendo el temblorcillo por una realidad brutal que quién sabe cuánto se urde en ámbitos que se nos sustraen, que no podemos imaginar, que parecen señalar que, siquiera en parte, el destino nos alcanzó ya.
-0-
Hallé esto.
 

lunes, 10 de febrero de 2020

La prensa, el campo públicamente muerto, la esquizofrenia y el gigantismo urbano

(La música va porque viste el enlace, nomasito.)
Tal menudo título se me ocurrió revisando a lo largo y más o menos brevemente un periódico que nació en 1917. 
Escribí el artículo como corolario de tres cuya publicación tendría éxito. Ese no lo presenté, consciente de la desmesura, y le pedí leerlo al amigo especialista en cuestiones campesinas. 
No sé si es justo el planteamiento, dijo con cortesía, pero se lo mandé a X, otro amigo, quien tenía mucho peso en un diario famoso y ni por recibido lo dio.
Paranagonando: a buen entendedor, yo andaba bien pendejó, jeje. Me di cuenta al pensar en los conflictos agrarios posrevolucionarios y el cardenismo.
No era experto, ni historiador siquiera, quitando al movimiento obrero y otras cosas sueltas, y así tomé por justa la perspectiva del único compendio general que tenía aval académico. 
Los investigadores de carrera evitan las revisiones en paquete, digamos: Independencia, Reforma, Revolución, y más nuestra historia entera. Es el poder quien crea discursos de conjunto. Empezó con México a través de los siglos, escrito por el liberalismo decimonónico triunfante. Luego lo haría la "dictadura perfecta" con su cementerio de héroes nacionales, donde siguió una conseja: todo cabe en un jarrito sabiéndolo acomodar, excepto lo que es mejor seguir tundiendo, pues no entiende -léase derecha confesional (llevaban razón al respecto, por vida de Dios´n, como dicen, aunque le llovió tupidito a esa indina, gracias al idem, jeje).     
Como sobre abvertencia no hay engaño, va el nombrado artículo, ahora que quizá podemos mejorar este cuaderno, nietos.
Pego el texto y lo reviso. No estaba mal, neta. Qué ojetes mis "amigos", jeje.
I
Del porfiriato al surgimiento de la televisión, la prensa tiene un peso social que no imaginamos hoy. Poco antes del movimiento armado, el par de diarios de mayor influencia repartía cien mil ejemplares, el grueso de ellos entre los 750 mil habitantes de la capital, lo que equivale a multiplicar por más de dos los grandes tirajes del presente, en un país en sus tres cuartas partes ajeno a la cultura escrita.
En la cara informativa de la que alardea, la noticia fundacional es entonces la que el 11 de abril de 1917 “felicita por su conducto a la nación entera”: Emiliano Zapata, derrotado y muerto.
En 1917, con el inicio del México posrevolucionario periódicos y revistas, modernidad en esencia, por naturaleza, no aspiran a influir sino en la población urbana, menor al veinte por ciento de la que así se considera por vivir en asentamientos de mil personas o más. Basta con eso para concebirse el espejo de estas tierras, como advierten sus elocuentes leyendas: El Gran Diario de México, El Periódico de la Vida Nacional...

En ellas encarnan naturalmente la voluntad y el pavor a las sombras, que se declaran apenas termina la independencia y que nutren a los libros de historia de allí al año 2000: México es uno, indivisible, está contenido en el país citadino y en sus allendes rurales, compatibles con él, y el resto es remora, pasado que se arrastra por desgracia y que debe actualizarse o morir, porque amenaza dar al traste con cualquier buena intención.

Un resto apabullantemente mayoritario, pues, que arrincona al país de la prensa, quien sugiere saberlo todo pero no tiene modo ni voluntad de registrarlo.



II

Ya que puede creer seriamente en su triunfo, muy antes que otra cosa, lo que preocupa al constitucionalismo es sujetar a ese campo grande que ha venido en los ejércitos de Zapata y de Villa, único sustento posible de todo proyecto nacional. Sujetarlo, disponer de él y airearlo como bandera sólo por el tiempo que tome hacer que regrese a un oscuro lugar en la conciencia.
se le adelanta con mucho. Particularmente la decena de diarios que se ostentan como nacionales porque se producen en la ciudad de México.
Hace rato, desde que dejaron atrás al periodismo concebido como opinión, conocen bien lo que en adelante explotarán de sobra: su pretensión de ser la mirada justa, el reflejo inobjetable, verdad que viene por sí misma, o lo que es igual, “información y sólo información”.
Aunque la prensa no es sólo, ni siquiera preferentemente, “información”. Es, en el más amplio sentido, el primer medio masivo, que se instala en la intimidad del hogar urbano dictándole proyectos y conductas.
Para cada quien hay una o más secciones y suplementos: para Ella, “la que todo se merece”; para los chiquilines que han de aprender a seguir a pies juntillas los consejos de sus infalibles padres; para las dualidades vírgenes-prostitutas en ciernes, que son las jovencitas; para los muchachos que se prepararan a usufructuras, como a la sociedad entera; para el multifacético Él, iniciado en todos los misterios (la política, la noche, la tecnología), que así confirma su reinado.
Formando auténticas empresas beneficiarias de la paz y del progreso, diarios y revistas colaboran a crear los estereotipos del nuevo país que el México de las ciudades reclama.
Con esto y aquello cumplen con acuciosidad la tarea. Pero les bastan media docena de manidos recursos para dar cuenta del mundo de fantasmas a su alrededor, que se les escapa tras la red de vías de ferrocarril y carreteras tanto más perdida entre una descomunal geografía, cuanto más se abrió siguiendo una lógica de gran comercio, minas y cultivos de exportación, despreciando olímpicamente la viruela de pueblos y caseríos que obedecen a dinámicas regionales o que se levantaron justo para escamotearse al exterior.
Como todo cuarto poder en el mundo, el nuestro da por descontada la selección de hechos y fuentes y no tiene remilgos en apelar a la contundencia del calificativo o la referencia, de modo que el cadáver es del “célebre cabecilla”, “el Atila del Sur” y, en el súbito giro del lenguaje de los carrancistas, el despreciado “irreductible rebelde” que reta a la representación de la virtud: “las fuerzas leales”.
Luego los periódicos procuran hablar del campo lo menos posible y siempre y cuando valide al nuevo régimen o sirva de ejemplo de caos o atraso. Es cierto que, sino desaparecen al resistir o despistarse en el juego (El Pueblo, El Demócrata...), se hacen parte del aparato corporativo. Sin embargo, como cualquier sector, tienen un margen de maniobra que usan para obviar el agrarismo de los primeros tiempos y conspirar con otros para salir del atolladero del reparto y la colectivización cardenista.
En su segunda cara, como creadores o promotores de imaginarios, encontrando un lugar propio en el nacionalismo que alienta el Estado y en la reinvención a la cual proceden el cine y la radio, convierten al campo en desdicha o folclore y plácido recreo de sensibilidades. Pero, sobre todo, también aquí, en ausencia.
Hay lugar en ellos, sí, para las chinas poblanas, los fandangos jarochos de pastelería y las calandrias, zenzontles y jilgueros repartidos para el retozo de la proverbial ternura mexicana, de la canción y las películas rancheras. Y no mucho más.
Sus caricaturas, sus reportajes fotográficos, sus ilustraciones, sus historietas, evitan contagiarse de las obsesiones campesinistas que andan en otros lados (en la literatura, el muralismo o la mirada de Gabriel Figueroa).

IV
Frente a ese México grande que rehusa, la prensa acompaña a los gobiernos posrevolucionarios en la animación de un brutal crecimiento de las capitales, de sus industrias y servicios y de sus retículas y sus ámbitos visibles y a la mano de la autoridad, como condición necesaria del orden y el desarrollo.
Y con ello, a la absoluta preminencia de la capital de capitales, con su arrebatador poder político y económico, capaz de extraer del campo tanto brazos como requiera, empequeñeciéndolo, debilitándolo, reduciendo su comparativa importancia.
Hasta el cardenismo, los periódicos rezan para que el mundo rural transcurra en silencio, porque sigue constituyendo más del 80 por ciento de la población “nacional”, con su antigua, profunda dispersión. Todavía entonces, México se desgrana en unas 80 mil localidades, con un promedio de 225 habitantes, de las cuales 48 mil no alcanzan las cien almas. Un país de sombras para el México que habla a través de diarios y revistas.
Para los años cuarenta, éstos pueden empezar ya la celebración de una descomunal macrocefalia, diría Puros Cuentos, que es uno de los contados trabajos que revisa a la prensa posrevolucionaria, siquiera al paso. Este afán por el gigantismo, lo hemos visto todos, obliga al campo que compulsivamente lo alimenta, a un salto mortal que descalifica sus formas de vida. En las ciudades, sus concepciones del mundo, del hombre y la mujer, del tiempo y el espacio, son aberraciones que la prensa, satisfecha con la venganza, denuncia, para obligar a dejarlas atrás a quienes de una buena vez pasan al inventario de sus notas transformados en ubicables albañiles y sirvientas, jardineros y peones de patio, señoras de los tamales en la esquina y prostitutas.
No es entonces la mera herencia, la mera falta de infraestructura, el mero empuje de la industria, el comercio y el transporte, o la llana, rapiñosa improvisación, quien determina que todo se instale y todo cruce por la ciudad de México. Si, como alguien ha dicho, no hay revolución que se estime si no resulta en una extraordinaria concentración del poder, entre nosotros el meollo es el monstruo urbano.
Para la prensa, el círculo contra el campo se cierra al cumplir el viejo anhelo de sacralizar a la palabra escrita como fuente de toda forma de cultura, de modo que la tradición oral que ha sido el mayor instrumento para repensar, recrear y memorizar la vida de estas tierras y de su enorme variedad de naturalezas, hablas y costumbres, se declara simple, vil analfabetismo. O salvajismo puro, para el México que no es de lengua española.

V
Los ejércitos campesinos son el supremo ejemplo del pueblo que con la revolución, dice Monsivaís, “se precipita, irrumpe, desgarra, va creciendo y va siendo”, en una “mezcla orgánica” en que por única vez las mayorías y la intimidad de los días se exhiben, estallan y se propone distintas.
Con el fin de la lucha armada, al devolver al traspatio a este México que se precipita, para la prensa la vida cotidiana empieza a desaparecer suplida por las tres o cuatro docenas de páginas en que está cuanto debe estar. Sólo la mujer, a quien la revolución le permitió profanar su “destino de invisibilidad”, sufre tanto como el campo y ese último espectro suyo que son los pueblos indios, el arrumbamiento del entramado diario de la familia, del trabajo, del pueblo o del barrio, que está en la base de la sociedad.
Los periódicos se desviven por cantar al aeroplano, al automóvil, a las telecomunicaciones, al cinematógrafo (¡Todo lo vencen ya los corceles del aire!, Otro asombroso invento, Posiblemente aun supere a la realidad, al ser proyectados...), y arrogándose el monopolio del eco del mundo exterior, gasta mucha más tinta en las nuevas sobre el último Ford o la telegrafía inalámbrica, sobre París o Nueva York, que en lo que sucede más allá de las orillas dilatadas sin pausa de una capital que, gracias a Dios, “no es ya, ni con mucho, el tranquilo pueblo grande”.
Si Culiacán, la ciudad de Oaxaca o León, son noticia una vez al mes, si acaso y a condición de que permitan el regodeo en el infortunio o en el revolucionario aplauso, los municipios existen sólo con motivo de una carnicería o un “desastre nacional”.
El campo, con cuanto lleve dentro, es así quien mejor sirve a la pauta con que los jefes de redacción filtran a los aspirantes a periodistas y los educan, de modo de entender que la realidad no es lo que entra por los sentidos, sino la que dicta el supremo mandato: la supervivencia del país y de uno, responsabilidad de los nuevos padrecitos, luego genios de la política, de los cuales es patrimonio la Revolución en que todo se sustenta para que nunca más vuelva a suceder.
La esquizofrenia que da pie a cabecear el 2 de octubre de 1968, Terroristas y soldados sostuvieron rudo combate, y que desde los veinte anda en modélicas familias de tiras cómicas venidas del otro lado de la frontera, etcétera, es tanto más profunda cuanto más sus alucinaciones se materializan y en torno suyo crece una urbe monumental que promete, en serio promete, ser la más grande del mundo.
Si sirve de referencia la selección de temas del CD conmemorativo de un gran diario, alguna vez, parece confiar la prensa, será más provechoso buscar la palabra campo en la sección deportiva (cancha de fut o de beis) o de bienes raíces (fraccionamientos que llevan la modernidad tan lejos como se quiera), que en las páginas de información general, y el indio se volverá un término reservado a los reportajes sobre arqueología o a las notas, justo como en los ensueños de Colón, referidas a los cientos de millones que sufren en la península del sur de Asia.
En el saco van, por supuesto, los pueblos del valle de México, cuyos esfuerzos en detener el avance de la mancha urbana, la prensa silencia o acusa, sin deseo alguno de sospechar siquiera que gracias a ellos se garantiza el oxígeno y el 60 por ciento del agua que en el año dos mil demandarán 20 millones de apretujados hombres y mujeres, representación del completo éxito del proyecto nacional que termina por triunfar en los cuarenta, y de décadas de políticas editoriales.