lunes, 7 de septiembre de 2015

Red de agujeros, I

A pie por el camino mi compadre Agustín y yo no nos cansamos de dar gracias a la fragancia de la hierba alta, jugosa, en la que pareciera no caber un tallo más, y a sus verdes suaves por el sol, siempre padre y aquí en un papel distinto a los muchos que decidió y no hacer en nuestro gigantón urbano. Padre sol y madre tierra, sabemos ahora, envueltos por ella y su prodigalidad. ¿O los géneros deben intercambiarse entre ellos, pienso recordando una milenaria leyenda de las naciones muy al norte de estos lugares, donde la luna, por ejemplo, era la tea de un celoso amante?
Deberíamos preguntar a los campesinos y campesinas que rinden el diario culto a las prodigiosas matas alrededor, divinos regalos entregados casi cinco siglos atrás a sus conquistadores, y se nos hurtan a la mirada por sus ocupaciones o deliberadamente, como el pueblo sombra que se me descubrió una mañana en una colonia de posesionarios y luego gracias al abuelo.
Todo enamora a nuestros ojos de ciudad: el contraste entre la vegetación y el rabiar azul del cielo, la franja arcillosa que serpentea frente a nosotros, el apenas perceptible reptar o trepar de pequeñísimos seres y esa terca soledad aparente que a lo repentino se viene abajo.
“-¡Bájense todos, hijos de la chingada!" –grita a los ochenta hombres en un camión de redilas “un señor grandote” que carga “un radio” -Bótense al suelo porque se van a morir.”
Ya está: el compadre y yo llegamos al momento que nos trajo hasta aquí.
Aguas Blancas se llama en paraje y no habría razón para la presencia de tal número policías apostados entre la maleza y tras sus camionetas, de no ser el castigo ejemplar que se aplica a miembros de la Organización Campesina del Sur.
“-Nos espantamos, pero yo no creía que nos iban a matar -–contará luego uno de ellos. Y otros:
“-Sentí que nos estaban cazando....
“-...me tiré al suelo... Oía los quejidos de las personas que estaban matando...
“-Me sentí mal al ver como nos habían trozado aquí de la cintura al compañero.
“-Cuando estaba ahí debajo del camión, pues yo sentía algo caliente que me caía aquí arriba, así, pero yo no creía de que fuera sangre. Y cuando ya nos sacaron de ahí ya vi que había muchos más regados así, alrededor del camión y adentro también.” (1)
Las con justicia llamadas fuerzas del orden dan el tiro de gracia a los diecisiete caídos, y la cámara de video que llevan corta mientras recomponen el escenario: los machetes de los campesinos asesinados se retiran para colocar rifles y pistolas en sus manos o cerca de ellas.
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El título del cuaderno tardó en recordar un poema escrito recién terminada la conquista de estos y otros pueblos por hombres que de la noche a la mañana surgieron de la nada: “Y nos dejaban por herencia una red de agujeros”(2).
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¿Por qué inicio allí el acercamiento a la historia de estas tierras cuya transformación en México no parecía todavía completada cuando yo crecía, durante los añós 1950? Cierto, había quien le llamaban así dos siglos atrás y en 1624 quizás puede encontrarse esa intención entre otros. 
Si el nombre quedó fijado con la guerra de Independencia, que 1821 vio culminar malamente, "nuestra" posrevolución tenía aún por reto desarrollar bien a bien su Estado y una identidad aunada a él.
Suave patria se titulaba la poesía que ganó entonces el certamen convocado para ello. El autor pasaba los días en un parque por donde los ejércitos revolucionarios atrevesaron de largo y conocía casi nada de los lugares recreados allí. Un émulo suyo ocasional, digamos, pues trabajaba sobre todo en prensa y radio, también como publicista, en 1940 desnudaría el empeño nacionalista con versos luego obligados en las escuelas:
"México, creo en ti,/ como en el vértice de un juramento (...) México, creo en ti,/ Sin que te represente en una forma/ Porque te llevo dentro, sin que sepa/ Lo que tú eres en mí; pero presiento/ Que mucho te pareces a mi alma/ Que sé que existe pero no la veo (...) México, creo en ti, porque si no creyera..."

Puedo seguir documentando este tesonero empeño hasta 1959, al menos, fecha en la cual publicaron el primer "libro de texto gratuito", que se volvería ley rehecho cada tanto para muy diversas materias.

-¿Por qué hablas de los popolucas? -preguntó desesperado un amigo al leer trescientas cuartillas que gracias a él se publicarían. Y pudo seguirse con ocho etnias "veracruzanas" en que me detenía siguiendo a viajeros contemporáneos a la intervención estadounidense, cuyo cumplido objetivo fue llevarse dos millones de kilómetros cuadrados, herencia novohispana al país en ciernes.

Ilustraba con ellos la desesperación de los liberales mexicanos al comentar el hecho apenas terminó: no había un entramado social, político, económico, cultural, que sustentara a una nación. 

Ni mencionaba allí al estado de Guerrero, que escojo ahora como punto de mira un poco por accidente, pues en los últimos años me encargaron tres sencillos libros y otro no tanto sobre historias sucedidas en esos lugares.

Influyeron también los viajes con que comencé a conocer la intimidad de tal y cual región guerrense. Desde ese momento no hubo para mí nada comparable. Podía encontrar hambre y miseria extrema y jamás derrota. No por nada su gente tiene fama de ser la más bronca en el país.  

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Costa Grande, llaman a la zona donde está Aguas Blancas. Dos mil quinientos años llevan poblándola los yopes, en una historia que no para de transformarse de incompresible sin muchos otros actores, empezando por los me phaa de la contigua Montaña donde la sierra termina de establecerse desde su nacimiento a unos cuantos kilómetros del océano Pacífico. Entreverándose, los nahuas que tomaron la lengua mexica antes y después de llegar los conquistadores, y en el extremo territorial hacia poniente quienes tienen por legua originaria el amuzgo.
Como hablantes se registran apenas quinientos mil de las cuatro etnias, con a veces hasta ochenta variedades dialectales. Eso no mide ni con mucho cuan profundas continuan siendo las raíces indígenas por casi todos lados.  
Imaginemos qué tan a los ojos estaban cuando comienza nuestro relato.

2
 
Prometo cambiar el mapa
El punto sobre la Costa Grande donde la masacre, está cerca de Ayotla, ¿observan?, e Iguala se sitúa hacia el noroeste. Ahora la fecha es febrero de 1821 y por razones que explicaré después y ustedes conocen por los libros de texto, echamos exactos tres años atrás al norte cercano en el mapa y no tanto en la realidad, pues para llegar allí debe remontarse una cresta serrana: Taxco, rica, también pequeña ciudad sobre el escalón rumbo al gran altiplano. 
Doscientos hombres organizados en guerrillas fortifican un cerro que domina el lugar. Llevan una década en armas y entre ellos no hay indígenas y tampoco descendientes de los esclavos que llegaron del África negra y tienden a concentrarse en la Costa Chica, al oriente, donde el litoral se endereza, por decirlo así.
Dirige las acciones un hombre a quien respeto, que ustedes conocen por los libros escolares: Vicente Guerrero. Del respeto al culto hay un abismo. Sobre todo cuando se escarba un poco en sus iguales. Un amigo dibuja a las tropas de éstos desde 1810: "africanos, naturales y mestizos que a una orden del patriótico amo transitan de la condición de mano de obra a la de carne de cañón. Los negros y pintos de Galeana acompañan a Tata Gildo a la batalla como antes lo seguían a la pizca y a la zafra. Los ejércitos insurgentes reclutados en esta región no son, pues, voluntarios sino forzados; acasillados que pelean en guerra ajena como de ordinario trabajan por cuenta del patrón en tierras que no les pertenecen."(2) 
¿A su favor hablan las continuas revueltas comunitarias que estallarán en unos años, en especial hacia La Montaña, al extremo oriente, hogar nativo de los me’e phaa? ¿Cuánto participan éstos en las acciones que nos traen a 1818? ¿Y cuánto los naa savi, pobladores también de esa área y de otras dentro y fuera en el mapa, con sus muchas variedades dialectales, y los nahuas repartidos aquí y allá, y los amuzgos, dominantes en el sureste? ¿Hasta qué grado se han amestizado como conjunto, con la negritud, por ejemplo, concentrada en la Costa Chica, donde el litoral tuerce, observan?
Otros amigos lo contradicen: quienes van con Morelos y Guerrero lo hacen por convicción, siguiendo al líder que encarna sus demandas. Si pudiéramos preguntarles a los actores. Hay manera, hablando con sus herederos de hoy, que conocen el pasado a través de la memoria oral, aseguran mujeres muy entendidas. 
Todos tienen razón y se equivocan, digo humildemente, sin pretensiones de verdad.
 SIGUEN EN BORRADOR
 
 
 
 
El cielo se cayó a pedazos, dicen quienes lo atestiguaron, ya vimos. Hoy lo parten de nuevo.
Tras una multiplicación simplista y sin posibilidad de comprobarlo, veinticinco o treinta millones de mujeres y hombres se perdieron en el siglo del cual vienen aquellas palabras, y así parecen poco los quinientos mil asesinatos y desapariciones desde que ustedes nacieron, S y E.
Entre unos y otros la Suave patria es un proceso tardío y si conozco sus orígenes cerca de donde los diecisiete campesinos cayeron, debemos hacer un más o menos corto, arduo camino hacia el norte, a la cola de un pequeño ejército informal que lleva diez años batiéndose contra los malditos y no sabemo con certeza cuánto merece nuestro respeto.
Quizá no hay casualidades, pues la reunión es en el casco de la ciudad cuyas calles contempla enfebrecido el personaje que en Desde la azotea mis delirios confunden con un segundo de casi cuatro décadas atrás, demonio personal.
La población llevará luego un apellido tan ventajoso como el de la anterior: De los libres. Usemos un mapa para orientarnos.

 
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Detengámonos, Ohsis. Sé de dónde vengo, creo saber a donde voy y no si llegaré. En el camino quedan incontables protagonistas, y lugares, épocas, hechos. ¿Ustedes y la Corte alcanzan a imaginarlos o intuirlos?
Para este y otros cuadernos me sobra información a montones y no dispongo de tiempo. ¿Perdonarán que dé un brusco, breve giro, hacia cien años después y en otras partes de la Red? 
“…caos fascinante”, “hechizado”, “eternamente joven” y “para siempre arcaico”, que “espanta y tranquiliza”, escribe entonces un extranjero que se asila en el país. Y otro: "“Puede encontrarse un Ford y un poste telegráfico frente a mujeres que maceran a mano limones y piñas (...) o una palmera bajo la cual toca un fonógrafo, o un camión que se precipita a paso vertiginoso rozando la espuma del mar…”
En el fondo esa constante que llena mis ojos de niño: lo inaprensible por rico, distante, oculto. Todavía cuando ustedes crecen, hay entre ciento cincuenta y doscientas lenguas indígenas en nuestras tierras, y regiones que no se reconocen entre sí, aunque presuman otra cosa. ¿Qué será antes?
Tuvimos una Revolución y los exiliados aquéllos llegan merced a ella y al sexenio posterior en el cual nos detendremos más tarde. Al finalizar la primera, pulula una nueva prensa con pretensiones de conocer cuanto sucede, como advierten sus elocuentes leyendas: El Gran Diario de México, El Periódico de la Vida Nacional... Tira un número de ejemplares inusitado, que se consumen en los centros urbanos y sus allendes rurales, vinculados estrechamente a ellos. El gigantesco resto es sombra que diarios y revistas suelen negar pues los reta, a muerte, de descuidarse.
Un hombre a quien injustamente se rendirá pleitesía organiza las fiestas por el centenario de la Independencia cuya consumación procuran nuestros conocidos de 1818, y convoca a un concurso poético. El estribillo de la obra que se premia canta a la “Suave patria”, que luego otro vate desnudará: “México, creo en ti,/ Porque si no creyera(…)/ México, creo en ti,/ Como en el vértice de un juramento (…)/ Porque creyendo te me vuelves ansia…” 
México, México, México, nación, patria, tras la cual ocultar los países detrás suyo, amenazantes sombras.
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Del pasado antiguo se sabe sólo lo suficiente, E y A, para concluir que está fuera de nuestros alcance. Su memoria debió quedar en los herederos y no parece ser así por la mayor virtud de éstos: reinventarse tras el apocalipsis.
Sobre las tierras que andamos hay muchos resúmenes así: "Poblado por migraciones tempranas de chontaIes, tlapanecos, mixtecos, amuzgos, mazatecos y otros grupos chichimecas, y dominado desde el siglo XI por nahuas provenientes del noroeste y por tarascos que se extienden desde el occidente, el actual territorio de Guerrero se transforma en el siglo XV en zona de influencia del imperio mexica, que para fines tributarios lo divide en siete provincias; sólo escapa a su dominio la fundación tarasca de Coyuca".

Son sencillos dibujos con virtudes nada desdeñables para nosotros, pues hacen trizas el cartabón impuesto por la Suave patria. Entre otras cosas porque indican las rutas naturales que a pesar de los pesares se seguirían hasta hoy, cuando no parece existir sino un camino de tránsito: la gran carretera de mis paseos infantiles.
  
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En 2012 y por presión de las organizaciones de derechos humanos se establece aquí una Comisión de la Verdad sobre la primera etapa de la Guerra sucia en el estado, entre 1969 y 1979.
Primera o incluso segunda etapa, sugieren el organismo, pues la historia inició con lamatanza del 30 de diciembre de 1960, en la que murieron alrededor de diecisiete personas. 
Estado, digo, pues en eso, en una entidad federativa, se convirtieron estas tierras gracias al tal Juan Álvarez y sus iguales.
En aquél 1960 la entidad era la más pobre del país, dice la Comisión siguiendo los criterios del México que desde veinte años antes experimenta una industrialización a marchas forzadas y se reconoce milagroso por el grado y la constancia del desarrollo económico, cuyas cifras superan incluso uno de los crecimientos poblacionales más extraordinarios en los anales de la humanidad, pues entre 1940-1980 multiplicará por cuatro el número de habitantes, invirtiendo la relación campo-ciudad: de 75-25 a 80-20.
“El 74.25% de la población era rural y el 25.75% urbana, en contraste con el promedio nacional donde el 50.7% de la población vivía en ciudades” distribuida en 4347 poblaciones y 16 ciudades. El “93% de las viviendas […] no tenían agua corriente y solamente el 23.5% contaban con luz eléctrica”(1). 

   
4
Doy un brinco a otro plano, Ohsis, sin saber cuánto nos ayudara. Por el gusto de pasear, digamos: 

En la posrevolución la ciudad de México crea una o varias nuevas noches. No son sólo sus vidas las que van allí, sino la imaginación sobre ellas y sus sentidos.
Durante el porfiriato el teatro de revista es un animado, picaresco entredicho nocturno que se airea. Pero cuanto de lo demás puebla ese mundo que nace al caer el sol, transcurre en el silencio o el vilipendio público. La prostitución callejera, la cantina y la pulcata proliferan por los barriales, muy lejos física o prácticamente de lo que la sociedad presume. No importa si están a espaldas de calles de buena educación, un sólido muro invisible se alza entre ellas.
A partir de 1920, en cambio, los tugurios, los burdeles en regla y las hileras de cuartuchos que sirven a las “perdidas” son esencia misma del Centro y se asientan sin remilgos aquí y allá, acompañando al festejo de la autóctona modernidad siglo XX, de cines, carpas, cabaretes, salones de baile, estaciones de radio, convertidos en escuelas y laboratorios de comportamiento entre los cuales la población no para de reinventarse, haciendo de las calles pasarelas.
La música popular, las tandas, las piezas del renovado teatro ligero, la prensa que alcanza su madurez como primer medio masivo y es no menos multifacético que la futura televisión; la literatura, la plástica, el cine nacional, la historieta y luego la fotonovela románticas y de aventuras, en camino a convertirse en las lecturas más extendidas del país, habitan la nueva noche con seres y sendas materiales y fantásticos.
No hay nada idílico en ello, con sus sífilis de muchas clases y sus profundas desigualdades, ni en la retórica que lo acompaña ocultando al país tras estereotipos y atmósferas “legendarias”. Y si creemos a Carlos Monsivaís, hasta debe sospecharse cierta mano perversa del poder que lo consiente y quizá lo prohija, en una capital cuyo gigantismo le será cada vez más apreciado como gran instrumento para el control de una nación que no hace nación.
Con todo puede encontrarse allí un cierto, genuino libre circular del deseo y del ingenio, que luego será cortado de cuajo.
Es 1938, digamos, un año antes de que un reglamento intente liberar la vía pública de la epidemia de besos. Del lujoso Regis al modesto Tacuba, por una treintena de salas, estrellas extranjeras y cada vez más de casa languidecen de amor en la pantalla, dejando el rastro deslumbrante de sus atrevidas existencias, que el espectador cree conocer al dedillo por periódicos y revistas. En El Principal, el Ideal y los otros templos del género de revista, y en las carpas donde tal vez se opera mejor que en cualquier otro lado la transformación del “pueblo en emblema cultural”, anda el mareo de telones y vestuarios y candilejas, olimpos de las vedetes replicadas más a ras de piso por coristas con pechos generosamente al aire, y una comicidad que explaya la sexualidad a flor de piel.
Una cosa y otra entre la exploración por el espectador de los recursos de un cigarro, por ejemplo, de modo que la boca sea oferente o desdeñosa y rime con la mirada y el vuelo de la mano. O de un saco, una falda, un sombrero, que nunca son a secas y acompañan a mohines y sonrisas, a imaginaciones de caderas y hombros dueños de sí a punta de danzón, fox trot, rumba y cuanto se ponga a la mano.
En San Juan de Letrán, en los 1980s convertido en origen del Eje Central, un hombre se echa a la celebración de los entresijos de luz y sombra de la calzada. Su cabeza se agita con el alcohol apurado no sabe si en el barullo de mesas y parroquianos a su lado o en el de diez metros atrás, y con unas ganas a las que el cancionero de la época vuelven apremio por una de las “flores de la maldad y la inocencia”, frutos que chorrean miel y hiel, sendas hacia el cielo y el infierno, con las cuales se adorna la calzada.
Todo alrededor, de más allá de Salto del Agua a Peralvillo, abunda en quienes para el discurso complaciente de los tiempos son románticas “aventureras”, “vírgenes de medianoche”, “Santas”. Allí y por muchos rumbos de lo que alguna vez fue afueras de la ciudad, sin recato y en cifras oficiales, a las “callejeras” de cerca de doscientos lupanares se suman las que deambulan por tres mil o más cabaretes, entre millón y medio de habitantes. Difícil decir cuántas son, si las detectadas con enfermedades venéreas están próximas a las cuarenta mil.
Para entonces la ciudad lleva dos décadas conquistando la noche. Y con la noche, la pasión. En principio ambas parecerían reservadas a los hombres y a esas que se resuelven a cumplir y sepultar sus sueños, los de ellos, espantando la oscuridad del genero para consumirse un rato, las más unos segundos, apenas, según les advierte la “mariposa equivocada” de una canción: a la luz, por la luz… quemadas, precisamente, las alas.
Pero la noche y la pasión son a la vez territorio de las meseras, las secretarias, las dependientas, las enfermeras y el más o menos profuso mundo femenino del arte, nutrido por quienes llegan de aquí y de allá tras el país de la magia y la promesa de real futuro. Y a su manera, de las amas de casa y las hijas de familia, que comparten su fantasía.
A mitad de la sala, trasegando el trazado secreto de la casa, que nadie más que Ella conoce, por la radio Lara, Gonzalo Curiel, Ernesto Cortazar y un largísimo etcétera aprovechan la lúbrica provocación de los ritmos cubanos y la sustancia negra de las orquestas estadounidenses, para de la cocina a la recámara, entre el burbujeo de las cazuelas y el dale y dale de la escoba, pasear un “sueño de amor” que casi por regla “se esfuma” o “lleva al abismo”, y que en todos los casos “es el pan de la vida”.
No interesa si es a pleno luz del día que en el “abanicar de pavos reales” de su “hastío”, canción tras canción la “locura de vivir y amar” alcanza a la señora. La fuente de la “viajera”, la “perjura” o la “siempreviva” en quien quieren descubrirla el bolero y sus parientes de la época, está en la noche, en la imaginación que nace a su amparo o por su pretexto. A nada, fuera de la propia mujer, cantan tanto, con tanta elocuencia y una misma obsesión: “noche…/te llama el amor”.
Para tal y cual la noche invita a que Ella hunda sus “dedos entre mi pelo”, entregue su “boca fresca” y tenga “piedades de ensueño”, o, unos ratos “golondrina viajera”, otros “maldita”, deje un hueco imborrable en el alma, y para Lara, el más sabio y atrevido, es la de cada vez un amor de.“distinto amanecer, diferente visión”, con cuyas aventuras debe tenerse cuidado porque “hacen daño”, “dan penas”.
Una serenata de Juan S. Garrido parece resumir la imagen recreada por la música popular: “Cuando la noche lo envuelve,/México sueña despierto,/porque de sombras cubierto/vive su vida mejor./Al cintilar los luceros/y los faroles primeros/como por milagrería,/regando alegría florece el amor”.
Es de ella, de la música, en buena parte siquiera, que para este 1938 el cine nacional ha descubierto uno de los temas más provechosos en el espectacular auge que ha iniciado y que luego sabrá es su edad de oro. Con las de carne y hueso o de pura lírica, Santa, La mujer del puerto, Mientras México duerme… han empezado a traer “perdidas” de celuloide no menos sugerentes. Tal vez porque es con ellas con quienes mejor puede acercarse a las intimidades de la pasión y de la noche.
Se trata de una noche en esencia pero no del todo estereotipada, tras la cual parece poder seguirse la huella de las muchas de verdad. Noches, pues, en cierta medida ventiladas en público, que para principios de los 1950, con el nuevo discurso ultra autoritario y moralizador de la familia revolucionaria, pasarán a la absoluta clandestinidad, sordas, grises, doblemente peliagudas.
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Lo que acaban de leer fue validado por historiadores y no preciso cuánto me equivoqué en esto y lo otro. Tómenlo con reservas, entonces, sobre todo respecto a las fechas. 
Me preocupa que tapiemos una etapa empobreciendo además los diez años de Revolución. 
En todo país -y uso la noción en términos antiguos, que designan regiones y no naciones- la historia es densa y compleja hasta dimensiones enloquecedoras. Lo que llaman México resulta de un proceso incomparable en el continente por su vastedad. Se debe al sedimento indígena, todavía vivo.
No pretendo contárselos, pues ni lo entiendo ni es posible, creo. 
Ilustro sólo el sentido de su red de agujeros. 
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Presumí que ustedes recibirían lecciones de Suave patria, los últimos gobiernos las fueron desmantelando y en 2016 deciden terminar con ellas. ¿Qué hago ahora? Continuaré, no hay más, pidiéndoles lean Dichos y hechos.


5
Volvemos a 1818 para encontrar ahora una iglesia en nuestra ciudad. De San Felipe Neri, se llama, y Agustín y yo nos mareamos con su vista. Yo más porque fui introducido en el reino de la riqueza y distingo detalles inperceptibles para él. Se me aparecen como brillos y aromas. Lo tienen las maderas, las telas, la mampostería y un viejo que a solas atraviesa. Cada objeto dispara a rumbos muy distantes en el espacio y el tiempo. 
Hay una película de cine que asoma al perfume y su universo. Sobre estantes el perfumista colocó esencias a cientos o miles, provenientes de plantas y animales dispersos por la tierra, y resumen un conocimiento milenario.
Así los muebles, las tallas, los tapices, la arquitectura de San Felipe. Defender su disfrute es el objetivo para quienes dominan la pirámide social. 






6
Jueves 19 de septiembre de 1985, 7:19 am.
"Yo vivía en la calle de Soto 327 y estaba dormido cuando sentí el sismo. Me levanté, un librero se me cayó encima, lo detuve, salí y me encuentro con otro compañero y decimos No, pues está fuerte. Oímos algunos ruidos. Creo que fue parte de alguna celosía y unas no sé qué cosas del Congreso del Trabajo, que estaba cerca y se alcanzaba a escuchar.
"Después entraron algunos fonazos, pero pocos porque el teléfono dejó de funcionar.

"Lo que hice fue vestirme y salir corriendo al local de vecinos de la colonia Guerrero, que está ubicado en Sol 168, entre Héroes y Guerrero. Ya había algunas gentes. Al frente del salón teníamos un pizarrón, donde estaban apuntando. Teníamos el acuerdo previo de que en una emergencia, los primeros compañeros que llegaban eran los que tomaban la dirección del momento. Había que actuar y entonces no discutíamos en ese momento las decisiones."(x)
A quien habla lo entrevisto en el local donde se reúne un comité de la colonia, treinta años después. Trabajamos colectivamente y yo no haré más que coordinar, sin interpretación alguna. Al mismo tiempo estudiantes y trabajadores y trabajadoras del Instituto Politécnico Nacional escriben sobre su lucha en 2014, todavía viva, y Kiko, Toby y demás dan forma a un libro sobre los ecatepunks durante la década de 1980. 
Pronto se agregarán otros, mientras Ivan, Gustavo y Mario preparan la larga serie de charlas que nos asomarán a movimientos campesinos, obreros, urbano populares en el siglo XX y hoy, y quizás Redes Universitarias harán otro con los estudiantiles. 
Con el Frente Auténtico del Trabajo publiqué un libro conmemorando sus primeros cincuenta años. La presunción allí era que el pueblo organizado hiló desde 1958-59 una trama nacional distinta a nuestra Suave. 
¿Hay esa presunción en cuanto impulsamos ahora? 



develar el pasado.  más que sugerentemente. , interpretándolo rlo .
El primer amigo afirma algo que me convence: los pueblos se alzaron por sí mismos a fines de 1810, tras el Grito del genial cura frenético, y sufrieron la derrota muy pronto. Su principal plaza sitiada fue Teloloapan, en el centro norte, a distancia del levantamiento que conducía el gran prócer regional y nacional (José María Morelos, pues), sin vínculo con él, empleado en la Costa Grande.
Cuando en 1818 Vicente y sus próximos se echan a cuestas la responsabilidad de sostener los pobres restos de la insurgencia,   












De 1995 entre Atoyac y Coyuca, ¿ven?, sobre la Costa Grande, pasamos a febrero de 1821 hacia el noroeste, en Iguala, luego con apellido tan ventajoso como el de la anterior: De los libres. Y enseguida y sin explicación nos retraso exactos tres años y al norte cercano: Taxco. 
No soy dado a los héroes patrios, Ohsis, y en este caso hago la salvedad, salvedades aparte, por lo que veremos. Doscientos hombres organizados en guerrillas fortifican un cerro que domina aquélla ciudad.

  seguimos estaba en la desembocadura del gran río que permiten estas partes. Precipitado, a la manera de todos en no importa el nombre que demos a los millones de kilómetros cuadrados donde vivimos, la tropa anduvo por sus bordes y dejó atrás las montañas en cuyas estribaciones está Aguas Blancas.
Sólo los lugareños y los rebeldes saben moverse entre tales quebraduras y a eso se debe que la autoridad fracase con ellos. No suelto la lengua, E y S, pues me falta casi todo en esta historia, fuera de la trama central. 2014 1818 hacia el noroeste del siguiente mapa. 


Tras una multiplicación simplista y sin posibilidad de comprobarlo, veinticinco o treinta millones de mujeres y hombres se perdieron en aquel siglo, y así parecen poco los quinientos mil asesinatos y desapariciones desde que ustedes nacieron, S y E.
Entre unos y otros la Suave patria es un proceso tardío y si conozco sus orígenes cerca de donde los diecisiete campesinos cayeron, debemos hacer un más o menos corto, arduo camino hacia el norte, a la cola de un pequeño ejército informal que lleva diez años batiéndose contra los malditos. Lo hacemos para encontrar a un maldito sin piel de oveja, así a la historia se lo parezca de momento.
Quizá no hay casualidades, pues la reunión es en el casco de la ciudad cuyas calles contempla enfebrecido el personaje que en Desde la azotea mis delirios confunden con un segundo de casi cuatro décadas atrás, demonio personal.
Llamemos por su nombre a la población, Iguala, luego con apellido tan ventajoso como el de la anterior: De los libres.
No soy dado a los héroes patrios, Ohsis, y en este caso hago la salvedad, salvedades aparte, desde luego. La guerrilla que seguimos estaba en la desembocadura del gran río que permiten estas partes. Precipitado, a la manera de todos en no importa el nombre que demos a los millones de kilómetros cuadrados donde vivimos, la tropa anduvo por sus bordes y dejó atrás las montañas en cuyas estribaciones está Aguas Blancas.
Sólo los lugareños y los rebeldes saben moverse entre tales quebraduras y a eso se debe que la autoridad fracase con ellos. No suelto la lengua, E y S, pues me falta casi todo en esta historia, fuera de la trama central.
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Aquí un mapa para seguir estas historias. 







Estamos en febrero de 1818 por las proximidades de Taxco, al noroeste en el mapa, y unos doscientos hombres curtidos en la batalla, para servirles de refugio fortifican un cerro, más allá atacan al núcleo enemigo y le hacen la vida imposible durante la retirada por el río hacia su desembocadura. De tal modo entre sierras que se anudan creando infinitas quebraduras, lo obligan a exponerse al “mortífero clima” de la región, un sorpresivo golpe tras otro, inutili­zándole piezas de artillería. 
La personalidad del hombre que va al frente me fascinaba, continúa haciéndolo y a cambio no sé ya si debemos celebrarlo en nombre de las mayorías. 
La advertencia viene de un amigo que revisa el pasado desde ópticas distintas a las de la izquierda tradicional -perdónenme el empleo de estos terminajos-.
Hay un momento supremo en la historia de la Red, Ohsis: el famoso que todos conocemos por los libros de textos, cuando el cura canoso llama a una insurrección cuyo impacto social es enorme y en días arrastra a miles de campesinos, peones urbanos y mineros. se produce en días. 
Para el Sur donde andamos, la revuelta es contenida muy pronto. Desconozco con precisión las zonas en que se produce y así en no podemos andar tras el rastro de la iniciativa de los pueblos indígenas y negros cuando José María Morelos echa a andar un distinto proceso, de acuerdo a nuestro amigo Armando: el de los propietarios privados, pequeños y medianos en general, que inician las épicas campañas. 
Van a ellas, siempre al decir de Armando, con sus peonadas, "africanos, naturales y mestizos que a una orden del patriótico amo transitan de la condición de mano de obra a la de carne de cañón. Los negros y pintos de Galeana acompañan a Tata Gildo a la batalla como antes lo seguían a la pizca y a la zafra. Los ejércitos insurgentes reclutados en esta región no son, pues, voluntarios sino forzados; acasillados que pelean en guerra ajena como de ordinario trabajan por cuenta del patrón en tierras que no les pertenecen."(2)




Desde un avión la vista recoge sólo sierras con innumerables quebradas. Una ancha bordea la costa y hace nudos con derivaciones de un intrincado cúmulo que nace más allá. Para Agustín y para mí, venidos de la altiplanicie como ustedes, pasma no encontrar respiro llano sino en pequeños valles.

  en el mar baja hasta el mar 




De tal modo lo obligan a exponerse al “mortífero clima” de la región, y un sorpresivo golpe tras otro, inutili­zándole piezas de artillería; no le dejan más que el retiro del estratégico distrito de Teloloapan, no importa si momen­táneo, que enciende de nuevo la cólera de las comunida­des, por la ira con la cual los virreinales se cobran en ellas. Mientras, los alzados aprovechan para la construcción de una maestranza dónde fabricar material de guerra, y para el formal establecimiento de la Junta de tres miembros, en la cual no participan.
Armijo vuelve a la carga penetrando el corazón de las áreas rebeldes hasta los confines, en la desembocadura del río Balsas. En un par de horas, los grupos bajo el co­mando de Guerrero y Montes de Oca les causan doscientos muertos y ciento cincuenta heridos, toman gran número de presos y se hacen de todo el cargamento realista. A cambio ellos pierden apenas ocho hombres.
Con un inmediato, nuevo triunfo, las guerrillas dis­ponen de 1500 hombres organizados. En siete meses, pues, los combatientes se multiplicaron por diez y tienen en su poder armas ligeras y cañones en número suficiente para que emprendan una campaña en regla. Reconquistan la Tierra Caliente, y al atacar a ambos costados del río Mezca­la, de vital importancia, ganan Coyuca, Ajuchitlán, Santa Fe, Tetela del Río, Huetamo, Cutzamala, Tlachapa… Entretan­to, Pedro Ascencio hace progresos entre Iguala y Taxco.


Desde un avión la vista recoge sólo sierras con innumerables quebradas. Una ancha bordea la costa y hace nudos con derivaciones de un intrincado cúmulo que nace más allá. Para Agustín y para mí, venidos de la altiplanicie como ustedes, pasma no encontrar respiro llano sino en pequeños valles.
La masacre que en 1994 presenciamos tenía como escenario un paraje cercano a Atoyac, sobre la Costa Grande, ¿ven? El año ahora es 1818 y a quienes sigo descienden por el curso del río


estamos al noreste, por los rumbos de Taxco, no sé bien el punto exacto, que sin duda son varios y muy bien acostumbrados al paso de gavillas, pequeños y grandes ejércitos, asaltos a caballo, machetes blandiéndose, cañonazos, hombres que buscan refugio y lo encuentran, y rumores, promesas, miedos, noticias.
Hace casi ocho años inició la luego conocida como guerra de independencia, hoy próxima a culminar con la derrota insurgente, según cree el enorme poder acumulado en tres siglos y la población casi por entero.
Hay genuina épica en el momento, nietos, dice el yo tan receloso de celebrar la historia patria. La hay aunque no calculo cuánto le sirve a quienes son nuestro sujeto y objeto, las mayorías.
A cambio sé que éstas, sus comunidades, pasaron las de Caín por apoyar a los insurrectos y en el nuevo llamado continuarán cobijándolos y aportándoles hombres para combatir. ¿En todas las comarcas?, ¿porque comparten ideas, muchas o pocas?, ¿por mero destino común?  
Si el porcentaje corresponde al de otras zonas, en el total del mapa la mayoría de los habitantes está formada por indígenas de cuatro lenguas, y el grueso no habla castellano. Sobresalen los caseríos con menos de cien almas y las ciudades o villas grandes no llegan a media docena. Es así por fortuna, pues de esa manera mejor guardan su identidad y se defienden, creo.
Dentro de unos años estallarán continuas revueltas comunitarias, en especial hacia La Montaña, al extremo oriente, hogar nativo de los me’e phaa. ¿Cuánto participan éstos en las acciones que nos traen a 1818? ¿Y cuánto los naa savi, pobladores también de esa área y de otras dentro y fuera en el mapa, con sus muchas variedades dialectales, y los nahuas repartidos aquí y allá, y los amuzgos, dominantes en el sureste? ¿Hasta qué grado se han amestizado como conjunto, con la negritud, por ejemplo, concentrada en la Costa Chica, donde el litoral tuerce, observan?
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Que el escritor no escoge al personaje, sino al revés, dicen. No sé pero en nuestro caso fue así y andando por la intendencia del Sur nos convoca el país milenario, cuyos meollos desde la Conquista se encuentran en tierras de difícil acceso, muchas veces serranos.
“Apenas hay paisaje virgen en México –dice un antropólogo-. Siempre se encuentran los rastros del quehacer humano, de su antiguo transitar por estas tierras. En todas partes, una vegetación largamente transformada por la mano y la inteligencia del hombre, un paisaje muchas veces inventado. Aquí, toda la geografía tiene nombre. Y lo que tiene nombre, tiene significado.”(1)
México, menudo nombre. Bueno, de momento olvidémonos los títulos para ir a la cuestión: lo remontado. En 1818 los pueblos originarios de estas tierras y todas alrededor suyo, siembran en valles y cerros, pues saben cómo aprovechar las pendientes y sus cultivos son a modo para ello.
¿Qué es vivir aquí, así? De nuevo mi ignorancia, nietos, y para combatirla siquiera un poco voy a la costa contraria.
El viajero que se arriesga anda por el Veracruz grande, indígena y rural. Si va al norte encuentra caseríos totonacas semiextraviados entre vastas, ricas propiedades nacionales y extranjeras, hasta topar con Papantla, “la aldea india (que) apenas si tiene un habitante blanco, de exceptuar al cura y unos cuantos comerciantes”, sin decidirse a avanzar las dos leguas por las cuales se sube a la Huasteca. Si se atreviera hallaría una población indígena relativamente vasta, de lengua perteneciente al tronco maya y por ello rodeada de cierto misterio.
Un segundo viajero penetra el centro del estado hacia el Pico de Orizaba, yendo un asentamiento tras otro, y certifica la variedad de costumbres y hablas nativas. Y muy arriba, donde la presencia humana debiera agotarse casi por entero, halla un poblado, San Juan, sólo un poco menos denso que él magno puerto veracruzano.
Un tercero busca hacia el sur por encima de las costas mulatas, viendo caseríos dispersos, una buena cantidad de ellos popolucas o tenidos por tal, y otros de orígenes étnicos diversos que volvieron suyo el nahuatl, la lengua del imperio mexica cuyo avance propició la Colonia.
En buena cantidad de casos los modernos exploradores no pueden hacerse entender en absoluto, por mucho que dominen el castellano, y en los demás conversan con la pequeña porción de hombres, y sólo excepcionalmente mujeres, que conocen de aquél sólo lo indispensable para el trato comercial con el exterior, en moneda cuando lo hay, y para la defensa de los títulos en los cuales las autoridades novohispanas reconocieron su derecho a tierras, aguas y bosques.
Y es que a trescientos años de la conquista material y espiritual, de los cerca de 475 mil habitantes registrados en la entidad unos 375 mil se clasifican como indios. El promedio “nacional” de indígenas es menor, sesenta por ciento, y según todo indica más de la mitad de él no entiende el español y tal vez otro veinticinco o treinta por ciento experimenta el dispar, complejo proceso de decidir cuánto toman de este idioma oficial de la república para las esferas de la vida pública, reservando las privadas, las religiosas y de la administración tradicional a una de su centenar y medio de lenguas y dialectos.
A tales paseantes que no se conforman con el camino trillado, les lleva quince, veinte o más días recorrer treinta o cuarenta kilómetros a lomo de animal y a pie. Por el contrario, quienes cubren en diligencia los trescientos del puerto a la ciudad de México, a buen paso gastan una semana, a pesar de las escabrosas serranías de entremedio.
Ahí paro la distracción, nietos, sin que avanzáramos mayormente en el conocimiento. No me regañen, mi Red de agujeros, una entre muchas posibles, es urbana y playera, y por eso continúan emborrachándome con su mera sugerencia lugares como los que ahora entrevemos.
Un amigo escribió: "todos a una, los sectores propietarios hacen causa común contra España afiliándose a la lucha independentista.
"Los primeros alzamientos insurgentes de la zona, que ocurren a fines de 1810 y cuentan con importante participación indígena, son rápidamente sofocados. Con mejor fortuna corre José María Morelos, enviado por Miguel Hidalgo a levantar tropas en la región del sur. En su recorrido por la cuenca del río Balsas, el cura de Carácuaro recluta a muchos de los futuros prohombres de la independencia: en Tecpan se le suman Juan José, Antonio y Hermenegildo Galeana; en Coyuca, Juan ; y poco después, en Tixtla, Vicente Guerrero y Nicolás Catalán. Todos ellos son patriotas a carta cabal, pero también gente de razón y de no poca fortuna. Los Galeana poseen cinco haciendas: Zanjón, Ixtapa, Coyuca, Obispo y Coyuquilla;  es dueño de La Providencia y los Bravo, de Chichihualco.
"Estos hacendados nacionalistas se juegan en el albur de la insurgencia tanto el pellejo como la propiedad. Por la causa independentista arriesgan dinero, pertrechos, armas y monturas. Aportan también a su peonada: africanos, naturales y mestizos que a una orden del patriótico amo transitan de la condición de mano de obra a la de carne de cañón. Los negros y pintos de Galeana acompañan a Tata Gildo a la batalla como antes lo seguían a la pizca y a la zafra. Los ejércitos insurgentes reclutados en esta región no son, pues, voluntarios sino forzados; acasillados que pelean en guerra ajena como de ordinario trabajan por cuenta del patrón en tierras que no les pertenecen."(2)
No quiero tirarles discursos, míos o de otros, y a veces es necesario. El que acabamos de escuchar no lo hizo cualquiera y contradice abiertamente a la Suave patria y la izquierda -término éste cuya sepultura deberíamos cavar de una buena vez- en su mayoría.
Estamos en 1818, les recuerdo, por las serranías cercanas a Taxco, con un hombre a quien no sé ya cuánto respetar: el Vicente Guerrero incluido entre los propietarios insurgentes que según nuestro amigo mueve a los pueblos como peonada.
De otros lo creo, de él dudo, al menos hasta cierto punto. Las comunidades han sufrido mucho la guerra y parecen tener siquiera un cierto respeto por este hombre.
Estamos en un brete.
   





1. Guillermo Bonfil. México profundo.
2. Armando Bartra. Guerrero Bronco. Brigada Para Leer en Libertad. Descargable en PDF.