lunes, 20 de febrero de 2017

Un debate entre amigos

Parches y más parches, para
seguir el inicio del cuaderno.
Así es esto. Luego se saca la
goma y ya estuvo.
El cielo se cayó a pedazos, dicen quienes lo atestiguaron, ya vimos. Hoy lo parten de nuevo.
Tras una multiplicación simplista y sin posibilidad de comprobarlo, veinticinco o treinta millones de mujeres y hombres se perdieron en el siglo del cual vienen aquellas palabras, y así parecen poco los quinientos mil asesinatos y desapariciones desde que ustedes nacieron, S y E.
Entre unos y otros la Suave patria es un proceso tardío y si conozco sus orígenes cerca de donde los diecisiete campesinos cayeron, debemos hacer un más o menos corto, arduo camino hacia el norte, a la cola de un pequeño ejército informal que lleva diez años batiéndose contra los malditos y no sabemo con certeza cuánto merece nuestro respeto.
Quizá no hay casualidades, pues la reunión es en el casco de Iguala, cuyas calles contempla enfebrecido el personaje que en Desde la azotea mis delirios confunden con un segundo de casi cuatro décadas atrás, demonio personal.
La población llevará luego un apellido tan ventajoso como el de la anterior: De los libres. Usemos un mapa para orientarnos.

Prometo cambiar el mapa
El punto sobre la Costa Grande donde la masacre está cerca de Ayotla, ¿observan?, e Iguala se sitúa hacia el noroeste. Ahora la fecha es febrero de 1818 y vamos al norte cercano ateniédose al mapa y no tanto la realidad por esa accidentada geografía. Taxco se llama la rica, también pequeña ciudad sobre el escalón rumbo al gran altiplano. 
Doscientos hombres organizados en guerrillas fortifican un cerro que domina el lugar. Entre ellos no hay indígenas y tampoco descendientes de los esclavos que llegaron del África negra y tienden a concentrarse en la Costa Chica, al oriente, donde el litoral se endereza, por decirlo así. Es decir, faltan quienes constituyen la absoluta mayoría de la población. 
De niño recorrí muchas veces la única carretera ancha que tiene Guerrero, este estado donde andamos. Se bajaba casi a plomo, serpenteando, y luego todo era curva tras curva, siempre hacia abajo, atravesando las cuatro mayores ciudades y solo ocasionalmente un pueblo.
Luego los amigos andaban aquí y allá entre el campesinado, y en su relato había un dibujo de montañas interminables. Desde el avión ustedes pueden ver hoy esa panorama serrano cortado mil veces por quebraduras. 

No es una entidad cuando seguimos a quien le dio nombre, Vicente, ya saben. Puedo rehacer sus ires y venires porque para un libro estudié las campañas militares que da en 1818, al declarársele el líder mayor del movimiento insurgente cuya agonía parece segura.
Afirmé que no acompañan a Guerrero indígenas ni descendientes de la negritud y de pronto no estoy seguro. ¿Porque quién era el hombre a quien más echa en falta nuestro caudillo? Juan del Carmen, “un negro corpulento,
de gran fuerza y agilidad, arrojado en el combate y diestro en el manejo de la espada, a pie y a caballo”, al que los realistas “tenían pavor”. Por lo demás, Vicente sabe que hay condiciones para reeditar los momentos de gloria en los cuales se inicio con Morelos. De la nada organizó entonces el levantamiento de las comunidades
indígenas en el distrito de Tixtla, su tierra natal, para reconquistar la intendencia de Oaxaca.
Aunque en verdad todos los jefes guerrilleros que lo confirman como jefe son mestizos: Montes de Oca, Ocampo, Mongoy, Álvarez, Pablo Galeana, Bermúdez, Calvo, Anzures, De la Rosa, Velázquez, Frías, Tavera... ¿Qué representan?, ¿a la pequeña burguesía con y sin pretensiones?
El Juan Álvarez a quien citamos, nietos, se sumará pronto y su futuro me lo hace desconfiable, no importa cuánto la Suave patria lo loe. Apostaría que ya en estos tiempos tiene aspiraciones de ser una figura con poder político y económico, y sus futuros compañeros dejan mucho que desear. Uno de ellos, Faustino Villalba, quizá presente en el grupo de Guerrero, será cacique sin remilgos por estas tierras donde los insurgentes se preparan.
Algo no puede discutirse. Los poblados ampararán la lucha, sobre todo cuando ésta enseguida baje el gran río hasta muy cerca, justo, de Atoyac, y regrese triunfante al centro, donde los virreinales castigarán con dureza a las comunidades indígenas. ¿Se sienten entre dos fuegos y apuestan por el único que les promete defender sus parcelas y montes y sus derechos ya históricos? 
No tengo sino amigos de izquierda. Se dividen en posiciones sobre la época. A. dibuja así a las tropas insurgentes: "africanos, naturales y mestizos que a una orden del patriótico amo transitan de la condición de mano de obra a la de carne de cañón. Los negros y pintos de Galeana acompañan a Tata Gildo a la batalla como antes lo seguían a la pizca y a la zafra. Los ejércitos insurgentes reclutados en esta región no son, pues, voluntarios sino forzados; acasillados que pelean en guerra ajena como de ordinario trabajan por cuenta del patrón en tierras que no les pertenecen."(2) 
¿A su favor hablan las continuas revueltas comunitarias que estallarán en unos años, en especial hacia La Montaña, al extremo oriente, hogar nativo de los me’e phaa? ¿Cuánto participan éstos en las acciones que nos traen a 1818? ¿Y cuánto los naa savi, pobladores también de esa área y de otras dentro y fuera en el mapa, con sus muchas variedades dialectales, y los nahuas repartidos aquí y allá, y los amuzgos, dominantes en el sureste, y la negritud, concentrada en la Costa Chica?
Otros amigos lo contradicen: quienes andan con Morelos y Guerrero van por convicción, siguiendo al líder que encarna sus demandas. Si pudiéramos preguntarles a los actores. Hay manera, hablando con sus herederos de hoy, que conocen el pasado a través de la memoria oral, aseguran mujeres muy entendidas.  
Mi libro es un himno a don Vicente. Continuo celebrándolo como el incansable combatiente de lo peor en la Colonia y de los intereses mundiales más oscuros. ¿Sin conciencia prepara el camino a un México siniestro, vivo a comienzos del tercer milenio? Seguro. Aun así entonces, ahora, pues, apuesto que participaría en las acciones contra la noche de Iguala. Álvarez y compañía habrían evolucionado para dirigir o validar Aguas Blancas y la muerte y desaparición de normalistas.        








 y otros, a quienes pronto se unirá
Pedro Ascencio, que además del español habla náhuatl,
otomí y mazahua y participó en la casi mitológica batalla
del Monte de las Cruces.



, pues para llegar allí debe remontarse una cresta serrana: Taxco, rica, también pequeña ciudad sobre el escalón rumbo al gran altiplano. 
Doscientos hombres organizados en guerrillas fortifican un cerro que domina el lugar. Llevan una década en armas y entre ellos no hay indígenas y tampoco descendientes de los esclavos que llegaron del África negra y tienden a concentrarse en la Costa Chica, al oriente, donde el litoral se endereza, por decirlo así.
Dirige las acciones un hombre a quien respeto, que ustedes conocen por los libros escolares: Vicente Guerrero. Del respeto al culto hay un abismo. Sobre todo cuando se escarba un poco en sus iguales.  
Todos tienen razón y se equivocan, digo humildemente, sin pretensiones de verdad. 


De niño recorrí muchas veces la única carretera ancha que tiene Guerrero, este estado donde andamos. Se bajaba casi a plomo, serpenteando, y luego todo era curva tras curva, siempre hacia abajo, atravesando las cuatro mayores ciudades y solo ocasionalmente un pueblo.
Luego los amigos andaban aquí y allá, entre el campesinado, y en su relato había un dibujo de montañas interminables. Desde el avión ustedes pueden ver hoy esa panorama serrano cortado mil veces por quebraduras.

No es una entidad cuando hoy seguimos a quien le dio nombre, de nombre Vicente, ya saben. Puedo rehacer sus ires y venires porque para un libro estudié las campañas militares que da en 1818, al declarársele el líder mayor del movimiento insurgente cuya agonía parece segura.          
  
Hay cincuenta y ocho poblaciones con más de cinco mil almas






A cien años de la Conquista se hace un censo en Nueva España. Quedan registradas un millón y cuarto de personas, el noventa por ciento en el centro y sur del México actual. Entre setenta y cinco y ochenta por ciento son indígenas, conforme a su lengua y su lugar social, que incluye el derecho a tierras que en colectivo les otorgó la Corona española para resarcirla de pérdidas y garantizar su supervivencia.
Para algunos investigadores cuyos cálculos no pueden comprobarse bien a bien, se demuestra así que perdimos al noventa por ciento de la población originaria. Otros, con obvio abuso lo negarán: aquí había apenas dos o tres millones de almas.
En adelante cuanto más lejos se esté del centro colonial o “nacional”, las comunidades conservarán mejor lenguas y costumbres necesariamente transformadas, empezando por las propias dotaciones, cuyas reglas y ubicación determinó el virreinato, y sin exceptuar cosmovisiones que debieron reinventarse tras “la caída del cielo a pedazos”. Nos asomaremos a este último proceso, nietos, siempre guiados por especialistas en mayor o menor medida sospechosos, pues la historiografía interpreta por naturaleza.
Todos nuestros amigos pertenecen a la izquierda, E y S, y sobre estos temas forman dos grupos irreconciliables, que inicia con la guerra ¿y revolución? independentista.
Nosotros estamos ahora en la época, ¿verdad?, siguiendo a Vicente Guerrero cuando lo designan máximo líder insurgente. Estudié el momento y no puedo dilucidar qué amigos atinan. Unos lo ven como heredero de Morelos y así un caudillo popular. A otros les parece que ambos pertenecen a la pequeña burguesía irrumpiendo en escena con peones a quienes llevan al combate como a sus jornadas agrícolas.
Los pueblos, dice A, se levantaron con el grito de Dolores y pronto fueron derrotados. Lo hicieron con demandas y dirigencias propias. Luego olvidarían la cuestión, tomados entre dos fuerzas.
Parece seguro que en su conjunto colaboraban con los independentistas, no importa las razones. ¿Cuánto? Don Vicente se mueve por zonas que el poder golpea duramente en su larga persecución de los alzados. Jamás será traicionado, como no lo fue Morelos. 
El personaje que más nos interesa, Juan Álvarez, sirve a ambos y terminará convirtiéndose en el mayor cacique regional y fundador de un linaje social que llega hasta hoy.              
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